Esta historia es para chicos y chicas que luchan con la depresión y ansiedad, pensamientos intrusivos, el auto sabotaje hacia su propia persona.
Gritos de un cuerpo atrapado en pensamientos del futuro y recordando el dolor del pasado, donde el cuerp...
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Esta soy yo: un alma herida, con impulsos y delirios que rugen en silencio, una fragilidad marcada por cicatrices que el tiempo no ha logrado borrar.
La vida, implacable maestra, me enseñó a sobrevivir entre emboscadas de inseguridades, en un mundo que celebra ideales crueles y olvida la misericordia hacia el corazón ajeno.
Aquí, en esta sociedad que no comprende, la ansiedad es un grito que no encuentra eco, la depresión un campo de batalla invisible, donde la soledad y la duda se unen para devorar la esperanza, y la sonrisa se convierte en un frágil escudo.
Mi pecho arde, pero el grito se ahoga; queda atrapado en la prisión de miradas inquisitivas y de voces que juzgan sin mirar, preguntando con incredulidad: "¿Y por qué padece esto? No dice ser hija de Dios."
Ansiedad... Ansiedad, ¿acaso eres una tormenta de destrucción o un campo secreto donde mi mente se forja y renace? Cada latido que me hiere es también un latido que enseña resiliencia.
He aprendido a sumergirme en las aguas más profundas, donde mis pensamientos y mis lágrimas se ocultan, donde el dolor encuentra su morada y la voz que me hiere no puede alcanzarme. Allí, en la profundidad de mi corazón, el silencio se convierte en fuerza, y la soledad en compañía del espíritu que me guía.
Hoy, aunque las olas de miedo y angustia golpeen, sé que el agua más profunda no me ahogará. Porque incluso en la oscuridad de mi interior la luz del Padre se hace presente, y mi alma, aunque frágil, aprende a nadar, a resistir, a elevarse sobre la tempestad.
Esta soy yo: un corazón marcado, sí, pero también un corazón que aprende a brillar entre las sombras de la ansiedad, entre los ecos de la sociedad que no entiende, y que aún así, decide vivir, sentir, y esperar.