Esta historia es para chicos y chicas que luchan con la depresión y ansiedad, pensamientos intrusivos, el auto sabotaje hacia su propia persona.
Gritos de un cuerpo atrapado en pensamientos del futuro y recordando el dolor del pasado, donde el cuerp...
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En el hebreo, Hesed es una palabra difícil de en una sola definición. Se traduce como misericordia, bondad, gracia, fidelidad, amabilidad, generosidad sin medida, amor leal. No es simplemente un sentimiento pasajero; es un amor que actúa, un compromiso inquebrantable, una gracia que no se agota ni se condiciona. Hesed es, en esencia, el carácter mismo de Dios manifestado en nuestras vidas: su amor permanente, constante y eterno.
Hablar de Hesed es hablar de un refugio. Es contemplar la ternura de un Padre que se inclina hacia nosotros aun en medio de nuestros errores, que nos cubre con sus alas como un refugio seguro, que nos recuerda una y otra vez que somos hijos amados. Es experimentar la justicia y la bondad de Dios en equilibrio perfecto: un amor que disciplina, pero que nunca abandona; una misericordia que restaura, incluso cuando creemos haber perdido el rumbo.
Para mí, Hesed no es un concepto abstracto. Es el amor del Padre que me sostuvo cuando pensé que ya no quedaba nada en pie. Es la temporada donde descubrí la paternidad de Dios de una manera tan cercana y tangible que mi corazón no pudo seguir igual. Hesed me enseñó a verme como hija, a descansar bajo sus alas, a reconocer que su bondad no depende de mis méritos sino de su carácter eterno.
El año 2021 marcó mi vida de una manera definitiva. Fue un año que dolió como cuchillos enterrados en lo más profundo del alma, pero también fue el tiempo donde todo cobró sentido. Fue el año donde comprendí que los planes de Dios siempre superan los míos, que aun el dolor más insoportable puede ser un terreno fértil para ver florecer la gracia.
En esa temporada, Dios colocó todo en su lugar. Me mostró que no todo estaba perdido, que mi comisión y mi propósito tenían un sentido más grande del que alcanzaba a ver. Hesed fue la llave que abrió mis ojos para entender que, aunque atravesara sombras, su luz seguía guiando mis pasos.
Pude ver personas sinceras que permanecieron a mi lado, corazones que escuchaban y tendieron la mano. Pero también vi la hipocresía de quienes se escondían detrás de palabras piadosas sin tener amor genuino. Todo quedó expuesto: lo falso y lo verdadero, lo pasajero y lo eterno. Aprendí que Hesed no depende de cuántos me aplaudan ni de cuántos me rechacen, sino del amor constante de un Dios que nunca falla.
Ese año comencé también a reconocer mis luchas internas: problemas psicológicos que me desbordaban como una fuente rota, dolores emocionales que no había querido nombrar. En medio de ese torbellino, Dios volvió a enseñarme acerca del amor. Yo creía haberlo entendido todo, pero Hesed me llevó a la prueba más difícil, a la lección final que quebró mis esquemas.
En ese año tomé lo mejor de Dios y descubrí que, aun en mis caídas, su gracia era más grande. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Mientras tantos dedos me señalaban, el Señor comenzaba a esculpir en mí cosas hermosas. Hesed me enseñó que mi camino es Jesús, que mi verdad es Jesús, y que toda mi vida depende de Él.
Mi corazón reverdeció como un árbol cuidado por el mejor de los Padres. Me descubrí amada, protegida, sostenida. Y pude ver a Dios sonriendo, complacido, porque su hija había decidido permanecer en Él. Llegué a amar tanto mi servicio, que al final se convirtió en el llamado que me llevó a batallas que jamás imaginé, pero también a victorias que jamás pensé alcanzar.
Recuerdo con claridad el inicio de ese año. Enero del 2021 trajo consigo un nuevo amanecer. Nuevos sueños comenzaron a brotar. Oraba para que mi amor por cantar fuese cada vez más profundo y genuino, que mi voz pudiera ser un instrumento de adoración para agradarle. A los pocos días, mis líderes confiaron en mí, y pude co-dirigir un servicio en línea, en plena pandemia. Fue como si el desierto se convirtiera en un empujón del cielo. En ese instante entendí que Dios me decía:
—"Estás lista."
Y aunque mi llamado fue probado con fuerza —con ataques que intentaron quebrar mi propósito, mi identidad, mi confianza—, Hesed me sostuvo. Descansé en sus brazos, segura de que, aunque venían tiempos duros, al final llegaría un refrigerio para mi alma.
Como declara el salmista: "No permitirá que tu pie resbale; jamás duerme el que te cuida." (Salmos 121:3, BAD 1989)
Ese fue mi Hesed. Una temporada donde el dolor me atravesó, pero donde la gracia me levantó. Un tiempo en el que entendí que no hay heridas demasiado profundas ni batallas demasiado intensas que puedan apagar el amor inquebrantable del Padre.