REFLEJO

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Frente al espejo, buscaba mi reflejo y no me encontraba

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Frente al espejo, buscaba mi reflejo y no me encontraba. Mi ser parecía ausente entre ojeras, tristeza y preocupaciones que marcaban cada línea de mi rostro. Las lágrimas resbalaban sin pedir permiso mientras me preguntaba:

—¿Quién soy en realidad?

Hubo un tiempo en que no me reconocí a mí misma. Me contemplaba desolada, sin vida, sin los colores que alguna vez llenaron mis días. Todo era gris, monótono, como un ciclo infinito que no cambiaba.

En la soledad de mi cama, buscaba respuestas que mi corazón dolido apenas podía formular. Frente al espejo, observaba a alguien irreconocible, tal vez un reflejo de lo que me hicieron creer desde niña: sobrenombres crueles, recuerdos duros, injusticias que marcaron mi infancia. Todo se acumulaba en mi imagen, mostrando un corazón herido, envuelto en la niebla de la depresión.

Nada era igual. Nada se veía igual. Pero decidí atravesar el espejo, no para quedarme en la sombra de mi dolor, sino para encontrarme a mí misma.

Al otro lado, lejos de la superficie que me había atrapado tanto tiempo, comencé a reconocer a la verdadera Yo. Descubrí un espacio que antes temía cruzar, un espacio cálido, lleno de luz y posibilidades.

Ya no me importaba lo que otros pensaban de mí ni las palabras que intentaban definir mi valor. Mis ojos recorrieron cada rasgo de mi rostro, y mi corazón murmuró:

—Eres hermosa, con mil defectos, maravillosamente imperfecta. Cada imperfección te hace única.

Entonces, el brillo volvió a mis ojos. Los tonos grises se transformaron en los colores más vivos que jamás había visto. Mi reflejo ya no mostraba dolor, sino a una mujer que brilla con luz propia, indomable, imparable.

El espejo, al final, reveló la verdad: no hay fuerza que apague a quien ha aprendido a amarse.

Todo floreció.

Gisselle S. Murcia.

Hecha De Sol ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora