Esta historia es para chicos y chicas que luchan con la depresión y ansiedad, pensamientos intrusivos, el auto sabotaje hacia su propia persona.
Gritos de un cuerpo atrapado en pensamientos del futuro y recordando el dolor del pasado, donde el cuerp...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Al principio, hablábamos sobre santidad juntos, pero yo no sabía realmente con quién me estaba relacionando.
Su acercamiento comenzó desde el inicio, aunque yo pensaba que me veía como alguien ordinaria; sentía que no destacaba a sus ojos y que, a diferencia de otras personas, no llamaba su atención de manera especial. Aun así, nuestras conversaciones eran agradables, y su manera de tratarme era constante y respetuosa, lo que poco a poco fue generando confianza.
Pero...Con el tiempo, surgieron situaciones que me hicieron reflexionar sobre la importancia de cuidar mi corazón. Él buscaba acercamientos para los que yo aún no estaba lista. En ocasiones seguí su corriente, pero siempre consciente de mantener mis límites y de no permitir que la relación adquiriera un carácter serio. Esa experiencia me enseñó a discernir lo que me fortalecía y lo que podía herirme, y a tomar decisiones con prudencia.
A medida que nuestra relación avanzaba, comencé a sentir atracción hacia él. Me agradaba su compañía y me sentía bien en su presencia. Lo que más me impactaba era su constancia: hablaba conmigo todos los días, demostrando interés genuino. Esa regularidad fortaleció un vínculo silencioso que me hacía sentir valorada, aunque no lo expresara abiertamente. Soy reservada; contengo mis emociones no por frialdad, sino para no mostrar debilidad ni parecer fácil de romper. A veces reprimo tristeza, enojo o llanto, no porque no los sienta, sino porque aprendí que exponerlos en cualquier circunstancia puede dejar grietas innecesarias. Proteger mi corazón se volvió una forma de permanecer firme.
Un día me preguntó si alguna relación pasada había dejado huella en mí. Abrí mi corazón y le conté sobre un joven anterior, de quien había aprendido mucho, aunque también había quedado con heridas. Su interés y su manera de escuchar me hicieron sentir comprendida y valorada. Al compartir nuestras experiencias, surgió un entendimiento mutuo, un reconocimiento de que ambos cargábamos aprendizajes y cicatrices.
En un encuentro posterior, se enteró del nombre de aquel joven y me preguntó: —¿Era el joven de alabanza del que me hablaste?
A lo que conteste: —Sí.
—Ah... entonces sí lo conozco. Sé que tenía novia.
—Sí, acertaste.
—¿Y de verdad te gustaba?
—Me enamoró.
—Es una pena... de lo que se perdió.
Entre risas y explicaciones, surgió un "me gustas" mutuo:
—Es como... nosotros dos nos gustamos.
—Eh... bueno... solamente me llamas la atención —respondí, nerviosa.
—Eso es gustar... no nos engañemos.
No podía negarlo: me parecía atractivo, aunque todavía necesitaba ordenar mis emociones y proteger mi corazón.
La pregunta que más me impactó fue: —¿Te sentías sola?
—No, la verdad no lo estaba.
Esa pregunta quedó en mi mente. Por primera vez sentí que alguien realmente me escuchaba y comprendía. La conexión entre nosotros se fue profundizando, y nos entendíamos incluso sin palabras. Cada conversación y cada mirada fortalecían un vínculo silencioso, lleno de respeto y cuidado mutuo.
Con el tiempo, nuestra confianza creció. Conocíamos la historia del otro, y nuestros encuentros en la iglesia transcurrían con normalidad, aunque cargados de una conexión que solo nosotros percibíamos. En el área de alabanza, al ser tan vistos por la iglesia, era fundamental cuidar nuestro testimonio; somos libros abiertos para otras personas, y nuestras acciones pueden impactar más de lo que imaginamos. Nadie notaba nada, y esa discreción nos permitió avanzar con prudencia.
Él me decía: —Usted es orgullosa; no busca iniciar la conversación.
—Tú eres serio, a veces me cuesta acercarme a ti... siempre pareces distante. Contestaba enojada.
—No estoy distante... acércate tú.
—Lo mismo digo, si quieres hablar, acércate a mí.
Acercarnos no siempre fue fácil. Sus cambios de actitud generaban confusión; quería ser cercano, pero a veces se retraía. Yo también. Aprendimos que el corazón no se maneja con reglas estrictas: se protege, se cuida y se permite sentir solo cuando existe confianza y respeto mutuo.
Cuida tu corazón, lector. No lo pongas en balanza emocional. El amor verdadero empieza con respeto, cuidado y comunicación; tu bienestar nunca debe depender de la constancia ni de las acciones de otros.