Esta historia es para chicos y chicas que luchan con la depresión y ansiedad, pensamientos intrusivos, el auto sabotaje hacia su propia persona.
Gritos de un cuerpo atrapado en pensamientos del futuro y recordando el dolor del pasado, donde el cuerp...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La ansiedad es un mecanismo adaptativo; nos alerta ante peligros que podrían afectarnos. Nos prepara para actuar: atacar o huir. Esto es útil, nos mantiene precavidos, concentrados, listos para enfrentar los retos de la vida.
Pero cuando no la conoces, cuando no entiendes por qué aparece y habla a tu oído, la ansiedad se convierte en enemiga. Parece robar la paz, atraparte fuera de ti misma, haciendo que cada pensamiento sea un impulso para huir de tu dolor. Y lo más extraño: aunque viene por temor al futuro, tu pasado se presenta como si no hubiera dejado de existir.
¿Raro, verdad? La ansiedad trae miedos que ya deberían estar atrás, y los vuelve presentes. Esa sombra te sigue, te impide respirar, como caer en un lago profundo y solo mantener la cabeza fuera del agua. Los pensamientos se oscurecen, cada uno te encierra más: menos expresión, menos interés, menos vida. La soledad puede ser un refugio, pero al mismo tiempo intensifica la tormenta interna.
A veces deseo que desaparezca, que se aleje, pero se hospeda a mi lado, como una acompañante silenciosa en mi cuarto, recordándome que no puedo ignorarla. Que para sobrevivir, debo conocerla, aceptarla y aprender a caminar con ella sin dejar que me domine.
Porque, aunque la ansiedad me persigue, también me enseña. Me muestra que cada miedo, cada latido de alarma, es un reflejo de lo que debo enfrentar en mi interior. Y solo cuando la miro de frente, dejo de ser víctima y empiezo a ser guerrera.