El comienzo de una comisión. Capitulo •2•

73 8 0
                                        

A los días de la partida de nuestra pastora, el aire en la iglesia se sentía diferente, cargado de silencio y nostalgia

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


A los días de la partida de nuestra pastora, el aire en la iglesia se sentía diferente, cargado de silencio y nostalgia. Su ausencia dejaba un vacío profundo, un espacio que pedía ser llenado con nuevas voces y nuevos corazones dispuestos a continuar la obra. Fue entonces cuando asistí a mi primer ensayo oficial del área de alabanza, un lugar donde cada joven y adulto traía consigo no solo su talento, sino también su historia, sus miedos y sus sueños.

Desde el primer momento, me sentí extraña, casi perdida entre voces desconocidas y miradas que aún no reconocía. Me asignaron la posición de contralto, la voz femenina más grave, cuya sonoridad y amplitud debían mezclarse armónicamente con el conjunto. La responsabilidad me intimidaba, pero también me emocionaba; era un llamado a entregar mi voz al servicio del Señor, a través de un instrumento que debía cuidar y perfeccionar con disciplina.

Al principio, abordé los ensayos con calma. Las canciones me eran familiares, pero ciertas notas bajas me resultaban difíciles. Cada vibración de mi voz me recordaba que debía trabajar más, que cada error era una oportunidad para crecer. Para aprender, me colocaba junto a una contralto más experimentada, observando la limpieza de sus notas, la firmeza de su respiración y la claridad de su entonación. Ella se convirtió en mi guía silenciosa, un ejemplo de cómo la técnica y la entrega pueden unirse en perfecta armonía.

Mis líderes eran un matrimonio ejemplar, cuya vida juntos reflejaba la centralidad de Dios en cada decisión. Su paciencia y dirección eran un bálsamo en momentos de inseguridad; me enseñaron que el liderazgo no solo consiste en dar órdenes, sino en guiar con amor y confianza. Aun así, había compañeros cuyo comportamiento a veces generaba tensión, recordándome que el ministerio no solo forma voces, sino también carácter.

Apenas llevábamos dos semanas de ensayo cuando nuestro anciano, el hijo del pastor, anunció nuestro primer viaje a otra iglesia. Sentí que el mundo se detenía; la ansiedad, que hasta entonces había sido moderada, comenzó a susurrar sus temores:

—Eres una novata... no tienes experiencia, no tienes traje sacerdotal... ¿cómo  podré servir allí, Señor?

El temor y la duda se mezclaban en mi pecho, pero una compañera, que compartía mi estatura, me ofreció su traje:

—Estrella, te prestaré los chifones. Te quedarán perfectos.

Ese gesto de generosidad se convirtió en un recordatorio del cuidado de Dios a través de las personas. Gracias a ella, pude asistir y enfrentar aquel primer desafío.

El día del viaje, la iglesia receptora nos recibió con calidez. Tras recibir mi traje y maquillarme con tonos tierra, naturales y discretos, me sentí transformada: por fin vestía como siempre había soñado, lista para servir con todo mi corazón. La emoción me embargaba mientras me miraba al espejo, consciente de que estaba cumpliendo un sueño largamente anhelado.

El ensayo comenzó con unidad y alegría. Cada miembro del coro se convirtió en una extensión de mi propio corazón, y al cantar y danzar, sentí la presencia tangible del Espíritu. Interpretamos "Yo danzo en el río", de Miel San Marcos, y fue como si el cielo descendiera entre nosotros, llenando de gozo cada alma presente. La música no solo sonaba, sino que vibraba en cada rincón, en cada emoción, creando un espacio donde la adoración era completa y genuina.

En un momento, nuestra líder me indicó que dirigiera una alabanza. La ansiedad golpeó con fuerza: mis manos temblaban, mis pies eran débiles, y mi cuerpo parecía rígido, casi como un robot, Pero recordé:

—Este es el tiempo que Dios ha puesto para tu vida.

Tomé aire, avancé al frente y comencé a cantar. La voz que temblaba al principio se volvió segura, sostenida por la convicción de que no era yo quien cantaba, sino Dios obrando a través de mí. Por primera vez conocí mi voz en su totalidad, descubriendo la fuerza que podía emerger cuando uno se entrega completamente.

Al finalizar el viaje, compartimos fotos, risas y una cena sencilla pero llena de cariño. Cada gesto y cada palabra de apoyo me hicieron sentir parte de una verdadera familia, consolidando mi lugar en el ministerio.

Meses después, llegó el evento Impulsa, destinado a jóvenes emprendedores. Nuestro nuevo coro de jóvenes tuvo la oportunidad de presentarse, grabando nuestra primera canción oficial. Fue un regalo de Dios; aunque el proceso aún estaba en ciernes, sentía que todo estaba guiado por Su mano. La experiencia me enseñó a buscar la santidad en cada acción, a dejar atrás hábitos que no honraban mi fe y a llenarme de música que alimentara mi espíritu. La ansiedad, paradójicamente, se convirtió en una herramienta de cambio: cada noche de inquietud y desvelo se mitigaba con alabanzas que fortalecían mi alma. Canciones como "Fidelidad" de Christine D'Clario me recordaban que nada me faltaría, porque Dios es constante y verdadero.

En abril, durante mi primera vigilia, fui oficialmente integrada a ambos coros: jóvenes y adultos. Hincada y llorando, hablé con Dios como una niña:

—Señor, quiero un cambio. Sé que no soy digna, pero te pido un espacio para entregarte mi corazón en este lugar. Solo deseo adorarte y darte honor.

Las lágrimas brotaron, no de debilidad, sino de gratitud. Por primera vez comprendí que cada momento de aflicción, cada prueba de ansiedad y temor, había sido necesario para moldearme, para prepararme para servir con un corazón limpio y lleno de amor.

Aprendí que los momentos oscuros y las barreras forman parte del proceso de crecimiento. Cada desafío, cada lágrima y cada dificultad son herramientas de transformación. El alfarero —Dios— trabaja con paciencia, moldeando nuestras vidas conforme al propósito del Reino.

Mi primer año en la comisión no se trató solo de aprender canciones o movimientos. Fue un proceso de santificación, entrega y autodescubrimiento. Dios estaba trabajando silenciosamente, fortaleciendo mi carácter, mi espíritu y mi confianza. La perseverancia, la fe y la entrega constante son las llaves para que Su gloria se manifieste plenamente en nuestra vida.

Donde haya barreras, oscuridad o incertidumbre, la luz de Dios guía. Cada paso, aunque difícil, es parte de un plan divino que supera nuestra comprensión. Solo hay que confiar, reposar en Él y permitir que Su obra se cumpla en nosotros.

Hecha De Sol ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora