Esta historia es para chicos y chicas que luchan con la depresión y ansiedad, pensamientos intrusivos, el auto sabotaje hacia su propia persona.
Gritos de un cuerpo atrapado en pensamientos del futuro y recordando el dolor del pasado, donde el cuerp...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Querido lector, en aquel tiempo, mi vida estaba sumergida en un laberinto de emociones: dudas, ansiedad, depresión y enfermedad se entrelazaban, haciendo que cada día pareciera un desafío insuperable. Me sentía perdida, como si caminara por un sendero oscuro donde cada paso dejaba cicatrices invisibles. Sin embargo, en medio de esa tormenta, Dios comenzó a abrir una pequeña luz en mi corazón, una luz que poco a poco iría iluminando mi verdadera identidad.
Fue en ese contexto que recibí una invitación que marcaría un antes y un después en mi vida. Un amigo, consciente de mi historia y de mi testimonio, me propuso participar en una entrevista en una radio cristiana. Con suavidad y convicción me dijo:
—Estrella, sé que tienes un testimonio grande. Quiero que lo cuentes.
En ese momento no me sentía lista. No quería exponer mis heridas, ni aceptar que había permitido que situaciones dolorosas ocuparan un lugar tan grande en mi vida. Pero Dios, en Su infinito amor y paciencia, me impulsó a dar el primer paso. Aquel día comprendí que mi historia, aunque dolorosa, tenía un propósito: mostrar cómo, incluso en medio de la vulnerabilidad, Su gracia transforma vidas.
Antes de la entrevista, pedí permiso a mis líderes en el ministerio de alabanza. Me hicieron preguntas que traté de responder con humildad, sin profundizar demasiado en mi vida personal, pero dejando escapar pequeñas verdades que habían marcado mi camino. Al final, me tocó cantar una alabanza.
Nunca he buscado estar en primer plano; mi lugar favorito siempre ha sido detrás, donde puedo danzar, llorar y ser yo misma sin miedo al juicio. Pero en esa ocasión, mientras entonaba cada nota, sentí que el Espíritu Santo me guiaba y me susurraba al oído: —Con esta alabanza cierras todo lo que pasó. Y al concluir, sentí una paz profunda, como si cada lágrima derramada y cada herida sanaran al mismo tiempo, la frase final canta fue:
—Ahora hay un futuro y esperanza fiel; en su amor confiamos, hay descanso en Él.
Ese fue el inicio de mi verdadero proceso de identidad. Después de lo sucedido con el joven de vientos, decidí alejarme. Comencé a cuidar de mi salud, mi corazón y mi mente. La pandemia nos había afectado a todos, pero por la gracia de Dios, mi familia salió del covid sana y recuperada. Fue un recordatorio tangible de Su fidelidad.
Aprendí lecciones que marcarían mi vida para siempre: •La fidelidad de Dios permanece, incluso cuando nosotros fallamos. •La gracia llega aunque no la merezcamos. •Descansar en Él es la única vía cuando sentimos que no podemos más. •Guardar nuestro corazón es un acto de amor propio y obediencia.
Con el tiempo, una puerta de sabiduría se abrió dentro de mí. Comprendí que los errores no son cadenas que nos atrapan, sino lecciones que nos enseñan a caminar con discernimiento. Sobrepensar, preguntar "¿por qué a mí?" o "¿cómo pasó?" solo alimenta la culpa; aprender de esos momentos nos prepara para decisiones más sanas en el futuro.
Mi mejor amiga me ayudó a entender que gran parte de mi vulnerabilidad provenía de la ausencia de mi padre. Crecer sin una figura paterna dejó cicatrices profundas en mi autoestima y afectó mi manera de relacionarme con los hombres. Sin darme cuenta, buscaba en las relaciones amorosas aquello que me había faltado: seguridad, cuidado y protección.
Dios, sin embargo, comenzó a restaurarme. Me enseñó que Él es el Padre que siempre estuvo presente, que Su amor no falla y que mi valor no depende de la aceptación de otros. Comencé a establecer límites claros, a proteger mi corazón y a reconocer que el amor verdadero no llega de quien no lo respeta ni lo valora.
Mi cumpleaños llegó como un símbolo de renacimiento. La autoestima que había sido quebrada comenzó a florecer. Aprendí que nadie puede destruir lo que Dios ha puesto en ti mientras tú te mantengas firme en Su verdad. Dejé de perseguir al joven de vientos; decidí no borrar ni bloquear sus redes, pero me protegí, estableciendo un espacio saludable para mi corazón.
Con la llegada de octubre y noviembre, las tormentas de la naturaleza me recordaron las tormentas internas que había vivido. El joven de vientos enfrentaba sus propias pérdidas y dificultades, y pude comprender que Dios procesa a Sus hijos a Su debido tiempo. Él, que había causado tanto dolor, estaba enfrentando consecuencias de sus decisiones. Comprendí entonces que la justicia divina llega, siempre en el momento correcto.
Como dice el Salmo 94:18-19:
"Pero te llamé al sentir que me caía, Y tú, con mucho amor, me sostuviste. En medio de mis angustias y grandes preocupaciones, Tú me diste consuelo y alegría."
Ese consuelo me permitió cerrar un capítulo de mi vida y abrir uno nuevo. Un capítulo donde mi identidad no depende de un amor fallido ni de la aprobación de otros, sino de Dios y Su amor incondicional. Aprendí que soy valiosa, única y destinada a brillar como luz en medio del mundo.
Hoy sé que mi identidad no se negocia ni se pierde. Está firme en Él, y con cada paso que doy, aprendo a protegerla, a valorarla y a vivir desde la verdad de que soy Su hija, amada, restaurada y empoderada por Su gracia.