Identidad capitulo ●6●

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Como mencioné en el capítulo anterior, Dios comenzó a obrar en mi vida de manera silenciosa pero poderosa

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Como mencioné en el capítulo anterior, Dios comenzó a obrar en mi vida de manera silenciosa pero poderosa. Los huracanes que azotaron nuestro país dejaron tras de sí un rastro de destrucción. En mi congregación abrimos nuestras puertas a quienes lo habían perdido todo, y organizamos áreas especiales para quienes tenían covid, procurando proteger a quienes estaban sanos. Ese tiempo, aunque lleno de desafíos, se convirtió en una oportunidad para sanar mi corazón sirviendo a los demás.

Junto a mi amiga y un joven que me acompañaba, nos acercábamos sin miedo a las áreas de covid, conscientes del recelo que muchos sentían, pero también sabiendo que esas personas necesitaban amor, cuidado y esperanza. Fue un tiempo de crecimiento personal: aprendí que servir a los demás también es un acto de sanación propia.

En ese lapso retomé mi pasión por el canto. Di clases en una iglesia con un amigo de antaño, y cada lección, cada sonrisa de los estudiantes, era un bálsamo para mi alma. Poco a poco, sentí cómo la música restauraba mi espíritu y me recordaba que, incluso en medio de la incertidumbre, Dios provee paz y propósito.

Volver a congregarnos fue una experiencia maravillosa. Todos anhelábamos el tiempo perdido y, aunque separados por cubrebocas y medidas de higiene, se sentía un fuego renovado en los corazones de quienes buscábamos la presencia de Dios. La casa del Señor volvió a ser un refugio de sanidad, de encuentro y de adoración.

Sin embargo, la vida aún traía consigo pruebas personales. El 24 de diciembre recibí un mensaje del joven de vientos:

—Estrella, mándame mi foto —dijo con familiaridad.

Sentí enojo inmediato. Hablaba como si tuviéramos algo, cuando nuestra relación había sido, en realidad, inexistente. Respondí con firmeza:

—Perdón, pero sigues equivocado. No tengo por qué hacerlo. Por favor, deja de molestarme.

—Veo que estás enojada conmigo —insistió.

—¿Y todavía preguntas, como si no supieras lo que pasó? Por favor, solo aléjate —respondí, con el corazón endurecido por el resentimiento.

El 31 de diciembre, a pocos minutos de comenzar un nuevo año, al verlo de lejos, mis lágrimas fluyeron nuevamente. En mi interior repetía:

"Podríamos darnos un abrazo, pero tú decidiste que todo fuese así."

El dolor de estar cerca de alguien que había quebrado mi corazón era profundo. El amor se había transformado en enojo y frustración por el tiempo perdido. Sin embargo, la proclamación del año nuevo trajo consigo un recordatorio: Dios recompensaría el tiempo perdido y sanaría lo que estaba roto.

Aun así, mi entorno no comprendía la magnitud de lo que viví. Algunos líderes de la iglesia comenzaron a narrar partes de mi historia sin conocer mi versión completa. Comprendí que no había nada que salvar de esas opiniones y que mi única obligación era la obediencia a Dios. Mi pastoreadora me advirtió:

—Te vas a arrepentir de tus decisiones.

Pero, querido lector, ¿cómo se vuelve a un lugar donde ya no se siente comodidad?
¿Cómo amar a la fuerza?
¿Cómo amar solo para cumplir con la expectativa de otros?
Nadie conocía mi versión, y hoy la relato con la sinceridad de quien busca sanar y dejar cicatrizar el alma.

Había una dependencia emocional que nublaba mi juicio. El miedo a perderlo había hecho que sacrificara respeto hacia mí misma. Sin embargo, logré cortar ese vínculo y alejarme totalmente de él. Comprendí que en la dependencia emocional, el miedo a la pérdida roba alegría y bienestar, pues uno invierte tiempo, amor y energía en alguien mientras olvida la propia vida y esencia.

Romper un vínculo así duele porque tu corazón no está preparado para la pérdida. Te sientes vacío, sin rumbo. Pero soltar es necesario. Sí, duele, pero aferrarse a un cactus con espinas solo provoca heridas. Aceptar los cambios requiere llorar, dejar salir el dolor y reencontrarse con uno mismo. Es momento de preguntarse:

—¿Qué me gusta hacer?
—¿Cómo puedo valorarme?
—¿Cómo puedo amarme y cuidarme?

Dedícate tiempo, date amor, mímate y fortalece tu esencia. Toma otra perspectiva: tú eres el centro. Aléjate de lo que daña, y verás la vida con nuevos ojos. Aprenderás que la verdadera evolución emocional consiste en amor propio, libertad, aprendizaje, superación y felicidad.

Proverbios 31:25 (NTV) lo expresa con claridad:

"Está vestida de fortaleza y dignidad, y se ríe sin temor al futuro."

El año 2020 me enseñó que la verdadera identidad no depende de la aprobación humana. Cada prueba, cada desilusión y cada desamor fue un ladrillo en la construcción de mi autoestima y confianza. Aprendí que los límites no son muros, sino puentes hacia la sanidad del alma. Aprendí a proteger mi corazón, a reconocer mi valor y a depositar mi identidad en manos del amor divino.

Las pruebas me enseñaron que la vida es un equilibrio entre confiar en Dios, establecer límites y cuidar el propio corazón. La dependencia emocional puede cegar, pero el discernimiento y la obediencia divina restauran. Comprendí que soltar no es un acto de debilidad, sino de fortaleza.

Cada lágrima, cada temor, cada error y cada herida se convirtió en lección y crecimiento. Aprendí que la verdadera identidad se construye en el silencio, en la obediencia y en el reconocimiento del valor propio. Mi corazón, aunque marcado, ahora late con gratitud, esperanza y confianza en el plan de Dios.

Este capítulo no cierra mi historia, sino un ciclo de aprendizaje. La sanidad, la restauración y la plenitud continúan, porque la verdadera identidad es un viaje constante: un proceso diario de amor propio, obediencia y fe inquebrantable.

Hecha De Sol ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora