Esta historia es para chicos y chicas que luchan con la depresión y ansiedad, pensamientos intrusivos, el auto sabotaje hacia su propia persona.
Gritos de un cuerpo atrapado en pensamientos del futuro y recordando el dolor del pasado, donde el cuerp...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Febrero de 2021 llegó con luz y confianza renovada. Sentía que mi propia luz brillaba más fuerte, mientras retomaba mis estudios universitarios. Todas las tardes tenía clases de 12 a 4, llevando solo tres asignaturas. Aunque parecían pocas, eran exigentes: virtuales por la pandemia de COVID-19, nos obligaban a permanecer en casa.
Ese mes también trajo reencuentros inesperados. Personas de mi pasado volvieron, pidiendo perdón y una oportunidad para retomar la relación. Fui sincera con cada uno: les expliqué que lo mejor sería mantener una amistad simple y sana. Después de lo ocurrido con el joven de vientos, había aprendido más sobre el amor y sobre mí misma, pero no sabía que Dios me preparaba para otra prueba, distinta y profunda.
El negocio de ropa avanzaba positivamente. Tras mis clases, iniciaban las sesiones fotográficas para publicar en Instagram. La universidad marchaba bien, y sentía una paz interior que me reconfortaba. Un día, mi líder de área me escribió:
—Hola, bebé. Esta semana te toca dirigir el culto del viernes.
Mi sangre se heló. Codirigir un culto no era tarea fácil, pero decidí ser valiente:
—Está bien, solo dime qué hago —respondí.
—Haz una lista de alabanzas y envíasela a mi esposo —me indicó.
Durante dos semanas estudié cada canción. Temía no estar a la altura; toda la iglesia vería la transmisión. Repasaba cada pieza varias veces, afinando el oído a los detalles que podrían pasar inadvertidos. Observaba los tiempos, los cambios, el ritmo; poco a poco todo fluyó con naturalidad.
Llegó el día. Me planché el cabello, opté por un maquillaje natural y vestí ropa holgada, conforme al uniforme requerido. Camino a la iglesia, mis nervios me traicionaban; mi mamá me daba palabras de aliento que intentaban calmarme. Al mirar la escalera, susurré:
—Aquí vamos de nuevo, Señor. No quiero ser vista; solo preséntate y haz algo diferente esta noche.
Al llegar, un joven del área, había llegado temprano, me saludó. Respondí con cortesía, intentando calmar la ansiedad. Él se acercó y me preguntó:
—¿Estás bien?
—Sí, un poco nerviosa —respondí.
—Respira, es normal —me aconsejó.
El Recordó las palabras de nuestra pastora, a quien llamábamos cariñosamente "la mamá", cuando le tocó servir por primera vez:
—Ella oró por mí, y me dijo toca siempre con pasión, como si fuese tu último culto.
Esas palabras calaron hondo al momento que me las expreso, como una ayuda a calmar mis nervios . Tocar con pasión, cantar con pasión... eso era lo que necesitaba. Ese día, a pesar de mis errores, dirigí con todo mi corazón. Dios estaba presente, y su paz me sostuvo.
Al finalizar, recibí consejos de nuestro líder y me despedí del equipo. Bajé con cuidado, recordando la vez anterior en que me habían empujado por las escaleras; esta vez, la precaución fue mi aliada. Al llegar a casa, mi tía me felicitó, pero yo sabía que había ingresado a una nueva dimensión espiritual, y que el enemigo no permanecería inactivo.
Esa noche soñé algo que me marcó: estaba en la sala de mi casa cuando apareció un ser que reconocí al instante: Satanás. Alto, rostro humano hasta el pecho, mitad caballo abajo, cuernos sobresalientes, piel roja, ojos negros. Me levantó y estampó contra la pared, botando a mi tía. Con voz firme, me amenazó:
—Si vuelves a hacer lo que hiciste hoy y adorar a tu Dios como lo haces, te destruiré.
Su presencia desapareció, pero al despertar sentí dolor real en el pecho y golpes visibles en mis manos. Llorando y temerosa, clamé a Dios:
—Señor, no permitas que el enemigo me destruya. No me dejes sola. Tengo miedo.
Dios me otorgó paz profunda, y dormí sintiendo mi cama como un pedazo de cielo. Al día siguiente, conté lo sucedido a mi abuelo. Él me dijo:
—Hija, es extraño que él haya venido en persona cuando tiene lacayos que enviar. Significa que tienes un gran llamado.
Comprendí que, aunque solo era una joven asistiendo a los cultos, Dios me estaba usando, y debía permanecer firme como vasija en sus manos.
En ese tiempo, por redes sociales conocí a un joven muy guapo, aunque vivía en Pakistán. Conversábamos usando traductores, pues nuestro idioma no era el mismo. A pesar de profesar religiones distintas —él practicaba el islam—, llegábamos al mismo punto: Dios es el creador de todas las cosas. Surgieron conversaciones sobre matrimonio y costumbres, pero comprendí que éramos yugo desigual; no era el momento ni la persona indicada. Nuestra amistad permaneció intacta.
Recordé también al joven que me ayudó a calmar mis nervios durante el culto. Por respeto, no mencionaré su nombre. En estas páginas lo llamaré Cuerdas, en honor a su pasión y como distintivo de su papel en mi temporada de Hesed. Su presencia fue un regalo de Dios, un acompañamiento silencioso que fortaleció mi fe y mi confianza. Nuestra comunicación siempre se mantuvo dentro de los límites de la amistad, y su influencia permaneció en la melodía de mi corazón.
Todo marchaba bien, hasta que marzo llegó, trayendo cambios y nuevas conexiones. Un día recibí un mensaje de alguien desconocido: -"Hola". - Para mi sorpresa, era Cuerdas. Pasamos horas conversando, compartiendo pensamientos sobre la vida y la iglesia, siempre cuidando nuestra santidad.
Aprendí que las amistades y relaciones requieren discernimiento: mirar más allá del exterior, identificar señales y proteger el corazón. Cada persona tiene un propósito distinto, y no todo lo que brilla refleja bondad.
Querido lector, esta experiencia me enseñó que la paciencia, la obediencia y el discernimiento son esenciales. Aprender a distinguir entre lo que edifica y lo que puede herir es un acto de amor propio y respeto hacia los demás. Hesed, la misericordia de Dios, se manifestaba en cada prueba, guiándome, fortaleciendo mi fe y preparando mi corazón para lo que aún estaba por venir.