Identidad capitulo ●3●

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Yo estaba enamorada

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Yo estaba enamorada. En la inocencia de mis deseos, creía ver en el de los vientos todo lo que mi corazón anhelaba: comprensión, amor y una vida plena a su lado. Soñaba con un futuro que incluía no solo nuestras vidas, sino una relación de tres: Dios, él y yo. En mi mente, visualizaba nuestra unión como pareja de alabanza, compartiendo un llamado y sirviendo juntos en el altar. Lo veía como un esposo, un compañero con quien formar familia, un hombre que completaría mi mundo. Sin embargo, la realidad me enseñó que mis deseos no siempre son el plan de Dios, y que el corazón humano puede confundir pasión con amor verdadero.

Fue en mayo, durante los meses más extraños de la pandemia, cuando tuvimos una conversación que marcó mi alma. Esa noche, él comenzó a hablar de su novia:

—Estrella, extraño a mi novia, la extraño mucho. Me siento triste sin ella, la amo, la deseo, quisiera estar con ella, deseo irme y verla —exclamó, con un grito que resonó fuerte en mis pensamientos.

Lo dejé hablar, y con firmeza respondí:
—Si la extrañas, ve, habla con ella.
Sentí un sabor agridulce recorrerme.

Lo que yo creía amor correspondido era en realidad un equilibrio precario entre sus afectos divididos. Esa noche lloré, preguntándome:

—Entonces, ¿qué soy yo para él? ¿No significo nada? ¿Solo soy un pasatiempo de su aburrimiento y soledad?

Con el paso de mayo y junio, la ilusión se convirtió en un aprendizaje doloroso. Él aún no terminaba su relación, y yo, en mi inmadurez, le creí una y otra vez. Solo me pedía tiempo. Pero la evidencia comenzó a filtrarse: sus publicaciones en redes sociales mostraban amor recíproco con otra persona. Cada "me gusta", cada comentario, cada gesto que para él era normal, para mí se volvió un recordatorio de que yo no existía en su mundo real. Una vez, intenté comentar sobre un tema del país, solo para descubrir que había borrado mi comentario. Fue un golpe silencioso, pero devastador: comprendí que no era prioridad.

No mentiré: en mi corazón hubo envidia. Quería ser ella, poseer lo que ella tenía, recibir el amor que para mí estaba destinado solo a mi imaginación. Mi autoestima cayó; por más que me arreglara, por más que me maquillara, me sentía insuficiente. Mis oraciones pedían lo que no podía alcanzar. Amaba en silencio a un joven que, aunque entregado a Dios en el altar, no había aprendido aún a tomar decisiones serias ni a corresponder con claridad.

Los mensajes entre nosotros eran un reflejo de esa contradicción. A veces no me contestaba porque estaba con ella; mi apodo en su chat, "algodoncito", era reemplazado por la formalidad de su nombre real cuando lo agregué como contacto. Él me reclamó:

—¿Por qué quitaste mi apodo?

Yo simplemente respondí:
—Solo soy Estrella, y no digo nada más.

No hubo reproches, no hubo confrontación, solo una comprensión silenciosa: su afecto no era verdadero, y yo debía aprender a soltar.

Pude detener aquella ilusión de amor, pero el miedo a la soledad me mantenía ciega. Me preguntaba:

—¿Cómo será mi vida sin él, si lo amo? ¿Podrá cambiar su forma de comportarse?
¿Y si me adelanto a los tiempos de Dios?
¿Y si termina con su novia, quién estará para él? Señor, ¿es este el hombre que tienes para mí?

Y así comprendí, lentamente, que el tiempo de Dios siempre llega con la persona correcta. aquella que ama en voz alta, que respeta tus tiempos, que te incluye en su vida sin dudas ni ocultamientos.

Mi familia no conocía al de los vientos más que por fotos, y aunque me desbordaba el dolor, las lágrimas y las noches de inseguridad, aprendí a escuchar la voz de Dios. Una conversación con mi primo marcó un antes y un después:

—Estrellita, con todo el amor que tengo por ti, ¿por qué estás en una relación donde no eres prioridad? Si él hace esto contigo, ¿te imaginas ya casados? Esto no es correcto —me dijo con firmeza, con la claridad de quien ama sin filtros.

Sus palabras resonaron como un eco de verdad en mi corazón. Comencé a entender que no estaba destinada a sufrir por promesas vacías, que no podía construir sueños sobre cimientos frágiles. El amor verdadero no se divide ni se esconde; se manifiesta en la vida cotidiana, en la lealtad y en la certeza.

Las pláticas, los mensajes y las ilusiones se convirtieron en rutina, y muchas veces me encontraba como la "mala" del cuento. Él se posicionaba como víctima, mientras mi corazón se quebraba en silencio, tratando de recomponer cada fragmento roto con esperanzas y palabras vacías: "cambiará, pronto lo hará, confía". Pero la verdad se imponía: el amor verdadero no hiere ni mantiene en suspenso; el amor verdadero construye, protege y honra.

En el camino de la vida, aprenderás que algunas personas llegan para quedarse, otras solo para enseñarte lecciones. Unas te levantarán, otras serán piedras de tropiezo. Pasarás noches de insomnio, desamor y desilusión, cuando sientas que el mundo se derrumba sobre ti. Pero al final, quedas tú, y Dios te levanta, te sacude y te recuerda: sigue adelante.

Porque la verdadera identidad no depende de quien nos ame ni de quien nos ignore. Depende de quiénes somos ante Dios, y de la certeza de que somos valiosas, completas y dignas de un amor que refleje Su fidelidad.

Hecha De Sol ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora