10. El rey y la reina

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Chiara.

La última semana solo podido pensar en la cosa más horroroso y fuera de lo lógico que podía haber. Yo, abrazando a Knox. Y él devolviéndome el abrazo. Lo más extraño fue que en ese momento no lo sentí espeluznante, y eso era lo peor. Honestamente creía que mi relación de total odio era un asunto complicado. Un día lo odiaba a muerte, sentía que en verdad podía asesinarlo y no sentirme culpable luego de eso. Otro lo encontraba ligeramente tolerable.

Que me hubiera salvado seguía dando vueltas por mi cabeza a todas horas, recordándome que en ese justo instante él no pareció odiarme lo suficiente como para querer que saliera lastimada. Y eso me tenía hecha un lío.

No es que estuviese considerando dejar de detestarlo y pensar que era un imbécil. Eso nunca. Y ya sabía que nunca debía decir nunca. Pero en serio, él y yo nunca podríamos estar en buenos términos. Él lo arruinaría, eso era lo que hacía. Arruinarlo. Sin embargo, me preguntaba qué pensaba él al respecto.

Había pasado más de siete días y aún no habíamos discutido, nuestro trato silencioso se resumía en la ignorancia. Él en lo suyo y yo en lo mío, cada uno en sus asuntos. Knox últimamente había estado más callado de lo usual en él, y casi sentía curiosidad por saber la razón. Suponía que debía deberse a que estaba ocupado en el proyecto por el que estaba en la ciudad, del que no conocía nada en absoluto. Y del que quería saber si se me permitía sincerarme, pero la única manera era preguntárselo a él y prefería morder y cocinar mi lengua antes de hacerlo.

De pronto bajé la mirada hacia el libro en mi regazo, el tomo más grueso de lo que debía leerme en ese semestre. Suspiré y el gesto se convirtió en un bostezo. Mis clases y mis prácticas en el laboratorio me habían estado exprimiendo más de lo que hubiese preferido. Mis ojeras eran más notorias que nunca, y mi ánimo estaba danzando en el filo de un cuchillo.

Apenas había podido hablar o verme con Adam. Él me vistió dos veces, para saber como me sentía y a disculparse de nuevo. Le repetí que no tenía problema con ello, y que no era necesario que se disculpara. Le dije la verdad. No me había molestado que él no se arriesgara por mí, no iba a ser tan egoísta como para sentirme así al respecto, pero una parte de mí se llenó de decepción de que las cosas sucedieran como lo hicieron.

Antes de abrir los ojos para ver quien me había sacado del camino, estuve segura de que había sido Adam, el que quería que fuera el príncipe de mi princesa interior. Mi salvador aunque me pareciera un insulto que todas las princesas las hicieran ver como unas damiselas en apuros, esperando de un hombre para salvarlas. Si bien seguía manteniéndome firme a mi pensar, siempre estaba esa pequeña vocecita que le encantaba él sentirse cuidada y amada. Que le gustaba los detalles cursis y las palabras melosas, y que se moría por saber cómo se iba a sentir dar un beso, preguntándose si iba a ser como en los sueños que rara vez había tenido.

Hablar de esos sueños me ponía inquieta, sobre todo cuando recordaba de quien había sido la persona que me lo había dio en el sueño...

Volviendo al tema, estaba tan pero tan furiosa conmigo misma por haberme permitido abrazar a Knox y al mismo tiempo sabía que ese condenado imbécil me había salvado y estaba agradecida con él.

Mis padres no lo sabían, y le hice jurar a Knox que no se los diría. Si ellos supieran tomarían el primer vuelo disponible o alquilarían un jet solo para venir a asegurarse de que estuviera bien. Lo agradecería, no obstante, no habría sido necesario. Aunque mis padres habían sido geniales, también eran muy protectores. Lo entendía a la perfección a decir verdad. Conocía la difícil historia de lo que había sido tenerme. Mi madre, Jazmín me lo había contado y había visto el tormento en sus ojos castaños al nombrar que en un momento se resignó y que había sido lo más doloroso que había experimentado. No quería preocuparlos. Jamás.

El corazón de Knox © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora