26. Llevarse... ¿bien?

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Chiara.

—¿Ya estás lista? —dijo Knox, a través de la puerta de mi habitación.

—Cinco minutos más y ya —contesté, aunque me faltaban mínimo diez.

Arreglé mi labial, y comencé a ponerme los tacones.

—Chiara, vamos a llegar tarde.

—¡Ya voy, Knox!

—Me llevas diciendo eso hace media hora —espetó de vuelta.

—Pero esta vez sí va en serio —aseguré, tomando la pequeña cartera y metiendo lo necesario.

—Chiara —volvió a decir.

—Maldición —mascullé—. ¿Puedes esperarte cinco segundos o es mucho?

—Llevo esperando una hora.

Di zancadas furiosas hacia la puerta, y la jaléde un golpe. La boca de Knox se abrió, y su manzana de Adán se movió con cierta dificultad.

Sus ojos recorrieron mi cuerpo, y sentí las brasas recorriendo mi piel, y el rastro de su atención quedando grabado con tinta duradera. Sus pupilas parecieron dilatarse, observando mi cabello alisado por completo, dejando las ondas naturales atrás, y el vestido verde botella que se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel, no había escote pronunciado, dado que no me gustara, sin embargo, su atención también se quedó ahí.

—Tárdate todas las horas que se te dé la jodida gana, Chiara.

No pude evitar reírme, viendo su expresión descolocado su mandíbula tensa. Me costaba admitirlo, pero Knox también estaba bastante bien esa noche, vestido con un traje elegante, su alta figura y su cabello ceniza bien peinado.

—Créeme, lo haré —bromeé, caminando y pasando a un lado de él.

No alcancé a llegar muy lejos cuando sus brazos me atraparon hacia su cuerpo, y sus labios succionaron los míos.

—En serio voy a tener que quitarte ese hábito de no besarme cuando debes hacerlo.

—¿Y cuando se supone que debo hacerlo?

—Siempre —dijo, divertido y pícaro, volviéndome a besar.

Me separé de él, sintiéndome acalorada y necesidad de algo más que un beso, y me obligué a calmarme mientras íbamos hacia el auto que nos estaba esperando en la entrada del edificio.

—Te ves deslumbrantes esta noche, mi dulce némesis.

Mi corazón se aceleró y tragué, sintiendo cada parte de mi cuerpo encenderse en consecuencia.

—Gracias, Knox.

—¿Y yo? —Él alzó una ceja, abriendo la puerta del lobby para mí.

—¿Tú qué? —espeté, escondiendo mi sonrisa.

—¿Cómo me ves?

Prentendi pensarlo un momento.

—Con los ojos.

Knox puso éstos en blanco, pero esbozó una sonrisa entretenida que imité. Unos pasos más tarde, le eché un vistazo por encima del hombro, admirando sus facciones perfectamente estructuradas.

El corazón de Knox © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora