18. El sueño, un mal conductor y el abrazo

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Chiara.

Me levanté con el corazón latiendo con demasiada intensidad detrás de mis orejas, reviviendo una y otra vez el sueño que había tenido. Un sueño húmedo. Con nada más y nada menos que Knox. ¡Knox! A quien yo odiaba, por el amor de Dios.

Un ruido retumbó en mi garganta, con pesar y confusión. Y solo entonces fui consciente de mi cabeza en su pecho, nuestras piernas enlazadas y en sus brazos envolviendo mi cintura, como si hubiese querido mantenerme ahí.

Intenté moverme, sin despertarlo, pero lo único que logré fue... Nada a decir verdad.

—¿Puedes dejar de moverte para que pueda dormir en paz, Chiara? —susurró Knox.

El tono fue el mismo que tuvo en mi sueño, ronca y baja, varonil y sexy, mientras sus manos estaban por todo mi cuerpo al tiempo en que él...

Tenía que olvidar ese sueño, no tenía sentido alguno. ¿Desde cuando alguien tenía un sueño húmedo con el hombre que había odiado desde siempre y era considerado algo normal?

Con todo mi esfuerzo envié esas imágenes a otro lado, a un lado; a la basura y agradecí a todas las fuerzas mayores porque Knox nunca iba a saberlo, y ese era mi mayor consuelo.

—Quiero levantarme, quítame los brazos de encima para que pueda hacerlo —dije entre dientes, pero él solo apretó su agarre.

Esa presión fue enviada al lugar alojado entre mis piernas y me tensé.

—Knox...

—¿Sí, Chiara?

—Si no me quitas los brazos de encima ahora mismo voy a darte un rodillazo en las pelotas —lo amenacé.

Él muy imbécil se echó a reír, como si en serio disfrutara que le hablara así, y luego me dejó libre. En ese mismo instante salí de la cama, y un ligero mareo me desorientó. Pero moví la cabeza, y fui al baño, cerrando la puerta.

Mi reflejo estaba frente a mi, grabado en el espejo. Mis labios estaban hinchados, mis mejillas rojas y mis ojos dilatados, y durante un breve milisegundo me cuestioné si el sueño solo había sido un sueño o si en realidad había sucedido.

Sin embargo, sabía que era estúpido siquiera pensarlo.

En el lavamanos eché agua en mi cara, para calmar el calor abrasador de mi cuerpo, y con el dedo mi limpié los dientes, pues no habíamos traído cepillos dentales, porque no sabíamos que eso iba a pasar. Una vez terminé todo lo que tenía que hacer, salí del baño luego de lavarme las manos para encontrarme con Knox sentando en la esquina de la cama, sin camisa y con el cabello rubio revuelto.

Mi estómago recibió una flecha, y de nuevo llegaron a mi las partes de mi sueño. Su boca en mis piernas, su cuerpo encima del mío, su mano agarrando mi cabello mientras su lengua recorría mi cuello.

Knox me sonrió, como si supiera que estaba pensando, como si supiera que había amanecido caliente luego del sueño que tuve con él, y como si supiera que había disfrutado cada segundo.

—¿Cómo dormiste? —me preguntó, sus labios curvos de forma juguetona.

—Normal. Nada interesante, salvo por tus brazos asfixiándome.

El corazón de Knox © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora