17. "Knox"

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Knox.

Esto tenía que ser una maldita broma de terrible gusto.

Miré a Chiara, y habría dado todo en mi cuenta bancaria para saber qué carajos estaba pensando en ese momento. Sus ojos barrieron la habitación, y un surco apareció en su frente, y desapareció rápidamente cuando sus puños se apretaron y volvieron a aflojar a los lados de su cuerpo.

La tensión en el mío estaba a nada de estallar.

—Los demás deben estar preocupados por nosotros —susurró Chiara, entrando a la habitación y recorriéndola.

—No hay nada qué podamos hacer para que eso cambie, tendremos que esperar mañana para que sepan que seguimos vivos —mascullé, dejando el casco y máscara en una de las mesas de noche.

Moví mi cuello, tronándolo de derecha a izquierda. Me servía para los músculos tensos, a la mierda si no debía hacerlo.

Chiara movió la cortina larga, descubriendo una puerta de cristal, que nos dirigía hacia una terraza con un jacuzzi en el centro, el que por lógica debía tener agua caliente dentro. Solo el más imbécil del planeta haría algo diferente a eso en una montaña como esa.

—Esto es genial —confesó ella, caminando fuera.

Finalmente había dejado de nevar, de modo que cuando se puso a un lado, ningún copo cayó en ella.

Chiara me dio la espalda, mirando hacia el horizonte con las manos agarradas la barandal. En algún punto mientras veníamos se había soltado el cabello y sus rizos se movían salvajes con la brisa gélida. Maldije. Chiara me robaba el aliento incluso cuando solo me insultaba. Y con ese pensamiento en la cabeza me cuestioné si quizás era un jodido masoquista, cuando nunca antes había tendencias a ello.

Si bien lo había practicado con mujeres más de una vez, y lo había encontrado fascinante y excitante, el tipo de masoquismo verbal no me atraía, y si aún cuando Chiara me insultaba seguía queriendo besarla y poniéndome duro, tenía serios problemas en la cabeza.

O era probable que ella era el mayor problema de mi cabeza.

—¿Sabes que puedo sentir que me estás mirando, verdad? —preguntó, sin verme.

Me crucé de brazos. Nunca había pretendido ocultar que cuando me gustaba algo lo observaba, ¿por qué iba a perder mi tiempo escondiendo mi interés?

Eran las simples reglas de la vida si no querías ser un imbécil:

Si te gusta algo, ve por ello.

Si quieres algo, hazlo.

Era la mayor idiotez que existía perder las oportunidades que teníamos por dudas o miedos. A la mierda lo bueno o lo que debería ser, hagamos lo que nos dé la jodida gana. ¿Quién tenía el derecho a opinar? Nadie. Porque no era su maldita vida, y si se metían en otras era lo más triste y miserable del mundo, porque solo demostraba lo aburrida que era la suya.

—No estoy intentando ocultar que te estoy viendo —respondí simplemente—. ¿Debería hacerlo?

—Sí, deberías conseguir algo más interesante qué hacer en vez de verme —dijo.

El corazón de Knox © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora