11. ¿Hacer lo correcto?

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Knox.

—¿Qué demonios te pasa? —escupió Archer, esquivando mi puño con agilidad.

—Deja de quejarte como un puto bebé. ¿Estoy siendo muy duro contigo? —le regalé una sonrisa burlona.

Cada semana Archer y yo nos veíamos en el gimnasio en que entrenábamos para boxear en el ring. La mierda del estrés acumulado en mi cuerpo se fugaba al luchar contra Archer, el oponente más decente que se podía conseguir en esos días. Lo que era una sorpresa era lo jodidamente quejón que estaba esa mañana.

—No me estoy quejando. Estoy señalando un punto, que es deducible por tu aparente furia —aclaró, enviando un golpe que esquivé.

Nuestra pelea era amistosa para ser franco, los golpes nunca iban atestados con más fuerza de la debida y nadie salía con más de dos morados, ningunos en el rostro. Justo lo que necesitaba, si tenía en consideración lo que había tardado para sanar mi ojo tras ser golpeado por el hijo de puta que no entendía la palabra no hacía unas semanas.

—No me pasa nada —puntué, el sudor corriendo con libertad por mi cuerpo.

Llevar camisa mientras boxeábamos era un mal innecesario, además de producir una sensación incómoda que a nadie con cerebro o mínima sensibilidad quería sentir. Por lo que, entrenábamos con el pecho desnudo y pantalones cortos y sueltos para mayor facilidad de movimientos en el ring.

—Ya lo entiendo —susurró, sus labios curvos en una sonrisa resuelta—. Tu pésimo e molesto estado de ánimo se debe a ella.

—¿Quién carajo se supone que es ella?

Lancé mi puño hacia su estómago, dejándolo momentáneamente sin aire. No era ningún estúpido, así que sabía a quién se refería Archer.

—Chiara, claro está. ¿Qué pasó esta vez? —replicó, recuperándose del golpe en un segundo.

A veces Archer me daba la impresión de ser un jodido robot, un ser sin sentimientos o dolor físico. La mayor parte del tiempo estaba jodidamente serio y su humor era seco, y a pesar de demostrar que se preocupaba por las personas que quería, había algo en sus ojos que me hacía dudar sobre su aparente cordura y me hacía pensar que dentro de él había algo que nadie conocía, no sus padres, no su hermana, mucho menos yo.

Pero, yo tampoco era el maldito humano con más razón, de modo que, ¿cómo demonios podía juzgarlo?

—¿Tu vida es tan aburrida que tienes que distraerte con la mía? —le pregunté, elevando mis cejas.

Archer no mordió el anzuelo. Hizo caso omiso a mi intento de provocarlo. Si no fuera mi amigo ya lo habría enviado al demonio. Pero él, cabrón o molesto, era parte de mi familia, y quería al muy imbécil. Y él me toleraba, que era lo más cercano al querer viniendo de él.

Archer, aunque no fuera hijo biológico de Dorian, uno de sus padres adoptivos,  podía pensarse que de hecho lo era. Eran similares en muchos aspectos, empezando por el de que toleraban a muy pocas personas y que no hablaban a menos que ameritara hacerlo.

Él se encogió de hombros, con su atípica indiferencia.

—Tu vida no me divierte, mucho menos me importa. Pero debió pasar algo para que estés así, lo que despierta mi curiosidad, por eso pregunto.

Apreté la mandíbula, furioso por la situación. Chiara, Chiara de nuevo. Por más que intentaba correr lejos de todo lo que me hiciera pensar en ella, fallaba como un jodido perdedor.

Esa noche, en donde habíamos jugado ajedrez y la subí a mi regazo follándomela con ropa, y deseando con todas mis jodidas fuerzas quitársela, mi mente se había apagado y me había dejado llevar por mi libido. Un hipócrita diría que se arrepentía de lo sucedido, y yo podía ser un imbécil, pero, ¿un hipócrita? No. No había ni un pelo de arrepentimiento en mi organismo, al menos no de haberla tenido encima de mi y haber sentido su humedad encima de su pijama.

El corazón de Knox © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora