Capítulo 20 ─ Asesino de Demonios

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Ya casi concluimos el arco mis queridos lectores.

Estamos en el clímax del arco.

Este capítulo es creo que sin duda, "horror" ¿cósmico?

Ustedes lo dirán, por cierto, hay referencias, traten de deducirlas.

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La ciudad de Crammond es una zona turística popular para personas con cierta cantidad económica rentable.

No había una sola esquina, calle o cuadra donde no hubiera una tienda.

Las personas tenían trabajo, si alguien no tenía trabajo, se verificaba si era apto para trabajar o no.

Si resultaba ser un criminal, se le encerraría en la única cárcel de la ciudad.

Era un edificio mediano de al menos dos pisos.

La planta baja era la recepción.

La primera planta era la oficina de los caballeros.

En el segundo piso era donde estaban los criminales que merecían estar encerrados allí.

Entre un grupo de criminales tras barrotes estaba Barossa suspirando.

─Maldita sea.

Él estaba esperando que lo lleven a la capital para su juicio.

Había cometido muchos crímenes, entre ellos rapto y violación a la hija de un noble.

La chica se suicidio al saber que tendría al hijo de un pirata.

Barossa reía como loco cuando escuchó.

Él había embarazado a muchas inocentes mujeres, desconocía sus estados actuales.

Pero como todo criminal, no le importaba la vida de los demás.

Solo la suya.

Ideó distintas maneras de escapar, pero no pudo hacerlo.

Sus compañeros lo delatarían si tratara de hacerlo.

Si se hundían ellos, él también.

─Duele mucho.

Desde hace rato, su cabeza comenzó a dolerle.

No era el único.

─Oye, caballero de mierda. Me duele mucho la cabeza, llévame donde un doctor.

El caballero al que se dirigía, estaba jugando cartas con sus compañeros.

─ ¡Cállate ya! Estoy ocupado, si quieres un doctor, págalo con el dinero que robaste. Jajaja.

Los caballeros habitualmente se burlaban de los criminales ya que todos merecían estar encerrados de por vida sin ver el sol.

Pero no eran los únicos.

─ ¿Estás bien?

Un caballero que era el que estaba a cargo del lugar, comenzó a sudar de la nada.

Lo recostaron en un sillón lujoso y le dieron un vaso con agua.

─ ¿Realmente te sientes bien? Luces muy pálido.

─Estoy bien.

Aunque decía estar bien, el dolor de cabeza aumentaba drásticamente con cada segundo que pasaba.

La ambición del Dios de la EspadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora