Capítulo LIII: Dharma y Familia

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[Torneo Parabellum: Habitación del Equipo Cuzco].

—Por Wiracocha... Creo que acabo de envejecer cincuenta años con esta tensión —dijo Cuzco recostado en su sillón, con una mano en el pecho y exhalando mucho aire.

—¡Maldición, maldición, maldición, hijo de la puta, hijo de orangután, hijo de sus trogloditas padres! ¡Se acabó nuestra racha de victorias! —exclamaba Naamah golpeando los reposabrazos de su silla varias veces, hasta terminar rompiéndolas, mientras ella se ponía de pie con furia.

—No se puede hacer nada. Son las reglas del torneo —dijo Brynhildr entre gruñidos, mostrando los dientes en una siniestra mueca molesta, cruzando los brazos y poniendo la pierna derecha encima de la rodilla izquierda—. Irónicamente, Skanda ganó la pelea, pero perdió la ronda.

—Pero al menos sigue vivo, y además ganó la pelea de forma justa e indiscutible —dijo Gotouge sonriendo de admiración y alegría, todavía con las manos juntas.

—Estoy de acuerdo. Puede que hayamos perdido esta ronda. Pero es mejor eso, a que Skanda haya muerto o tenido que renunciar a su propio Dharma —dijo Israel sonriendo admiración.

—Bueno... visto desde tu perspectiva, pues sí, estoy de acuerdo —dijo Cuzco acomodándose otra vez en su silla, esbozando una sonrisa alegre y sincera—. Es cierto que perdimos. Pero al fin de cuentas, Skanda hizo lo correcto, y eso es más importante.

—¡Tsk! ¡Diablos y centellas! Por lo menos el otro maldito equipo tuvo una primera victoria bastante mediocre —dijo Naamah cruzándose de brazos con molestia, pero luego sus labios se curvan en una sonrisa—. ¡Je, je, je! Sí. Una victoria patética, después de una racha de tres derrotas humillantes. ¡Ja, ja, ja! ¡No es lo que esperaba, pero estoy satisfecha!

—Igual yo —dijo Brynhildr sonriendo como toda una villana, mientras dirigía la mirada hacia la habitación del equipo contrario—. Si algo es más humillante que una derrota con pena, es una victoria sin gloria.

—O acabar perdiendo justo cuando al jefe le queda solo un pixel de vida —dijo Naamah con molestia.

—¡Puedes ya dejar de comparar algo tan serio como este torneo con tus juegos virtuales! —exclamó Brynhildr levantándose de su sillón para mirar a la diablesa.

—Uyuyui. Relájese, vieja cascarrabias. ¿O es que nunca has tenido una hija tan divertida y genial como yo? —dijo Naamah sonriendo con burla y haciendo gestos con las manos.

—¡De haber tenido una hija que fuera la mitad de lo que eres tú, la habría regalado a alguna de mis hermanas del clan de Rudra o dejado en una selva para que madurara! ¡Pero gracias al Tao todas mis hijas han sido Valquirias serias y rectas!

—Joder. Serias y rectas, pero de tener secos y fríos los dos hoyos divertidos por tanto ejercicio sin nada de ricura caliente —dijo Naamah entrecerrando los ojos, todavía sonriendo como una descarada—. Supongo que por eso tardaste mucho en tener hijos; porque el todopoderoso-rey-hombre-tigre pasó los siguientes siglos taladrando tu enorme y apretado culo, para calentar y humedecer la tierra congelada de tu vientre, antes de comenzar a fertilizarla. ¡Pfff! ¡Ja, ja, ja!

Decía la diablesa, por un momento con ambas manos frente a sus muslos y moviendo las caderas adelante y atrás varias veces, simulando la penetración sexual masculina. Luego se sujetó la barriga con ambos brazos al empezar a reírse con fuerza de su propio chiste. Mientras a la Valquiria Capitana se le hinchaban las venas de la cara, y mostraba los dientes en una horripilante mueca de ira desquiciada.

Immortalem: Duelo de DeidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora