Capítulo LXIX: Flecha vs Espada

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[Torneo Parabellum: Arena de Duelo]

El silencio seguía reinando, pues la incertidumbre de saber si la pelea había finalizado o no los mantenía ansiosos. En el Equipo Cuzco, todos menos Alyssa estaban al borde de sus asientos, nerviosos de saber si lograron una victoria. Por otro lado, en el Equipo Buda, tanto Zeus como Odín y Hermes creían que ganar era casi imposible en este punto.

Entre los asientos de los inmortales egipcios, se encontraba uno muy preocupado por su querida hermana Sekhmet.

Era un hombre egipcio bastante juvenil, de ojos color ámbar, constitución delgada y tonificada con piel bronceada. Su cabello liso, de color azabache con brillo azul, le llegaba hasta por debajo de la barbilla. Tenía un delineado negro bajo los ojos. Llevaba el clásico collar egipcio además de una toga blanca, pero también portaba placas de armadura dorada y azul en piernas, rodillas, brazos y hombros, junto con un tocado adornado con cuatro plumas de oro. Además tenía las hombreras con forma de cabeza de león, y los brazales tenían cuatro filos que simulaban garras.

Era uno de los hijos mayores de Amon-Ra y Amunet-Hathor; el hermano mayor de Sekhmet y Bastet; era el Segundo Dios Egipcio de la Guerra, Anhuret Onuris, también conocido como Anhur.

"Vamos hermana... ¡Levántate!", pensaba Anhur casi llorando de la preocupación. 

Desde otro lado Bastet también estaba igual. Y no hacía falta mencionar la angustia que sentía la madre de ellos, Amunet-Hathor. En cambio, Amon-Ra solo veía con diversión la derrota de quien consideraba la "peor" de sus hijas.

Pero las plegarias de aquellos que se preocupaban por Sekhmet al fin fueron escuchadas: la diosa-leona se elevó del suelo de forma inverosímil, y con una voltereta hacia atrás aterrizó de pie en la arena, todavía sangrando de la herida de su estómago. Pero más allá de la herida profunda, ella no mostraba signos de estar tan afectada por el ataque.

—Fue un buen golpe. Si no fuera porque mis armas de Prana redujeron la fuerza de impacto, tal vez me habrías abierto un hueco en el estómago —dijo Sekhmet sonriendo y tocándose la herida en el estómago, para entonces cauterizársela con su propia magia de fuego. Ella solo gruño y río como una lunática ante el dolor, y luego escupió una pizca de sangre.

"Eso fue un golpe directo de un arma de Kenoplasma envuelto en magia. Aunque la magia haya sido de rayo, definitivamente el Kenoplasma debió causarle un daño masivo. Tengo que seguir atacando antes de que se recupere", pensaba Artemisa, mientras cargaba otra flecha mágica verde y la disparaba en el suelo, ocasionando que el bosque creciera con más vida.

Mientras tanto Sekhmet terminaba de cauterizarse la herida para detener el sangrado, y así permitir que su factor comenzará a sanarla rápido. Pero mantuvo la mano en su estómago, porque el dolor y la situación la hicieron recordar aquel maravilloso día para ella.

Sekhmet también había dado a luz en el planeta de Rudra, y el parto fue atendido por la propia Shakti. Antes, durante los meses de embarazo, la diosa-leona se preguntaba qué tipo de madre resultaría, y si podría educar bien a su bebé. Incluso llegó a considerar darle su hijo a Shakti, creyendo que la diosa-tigresa sería una mejor madre para el pequeño.

Entonces tuvo en brazos al pequeño bebé varón, que tenía sus ojos azules y el cabello pelirrojo de Rudra. Cuando cargó al pequeño entre sus brazos, y sostuvo una de sus pequeñas manos, Sekhmet eliminó de su mente todos los pensamientos anteriores, y decidió que se esforzaría en proteger, alimentar, cuidar y hacer feliz a esa pequeña criatura.

Immortalem: Duelo de DeidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora