Él Cactus y la pequeña Puercoespín

17 1 1
                                    

El calor de aquellos días era abrumador y la pequeña puercoespín en el suelo se sentía cada vez peor. Su corazón latía con fuerza y lentitud a la vez, sus lágrimas descendían y se lamentaba por eso a su vez.

Aquella puercoespín no sabía que hacer, ella no encajaba. El dolor de su pasado le pesaba y llevar esas cargas la lastimaban.

Pero ella no se rindió.

Avanzó y avanzó, no quiso darse por vencida sin siquiera saber de dónde sacaba dicha fuerza para seguir adelante.

Cruzó un bosque lleno de soledad, Cruzó ríos secos dónde rocas y tropiezos no le brindaron más que golpes cuando creía haber encontrado descanso.

Quiso volver a aquel bosque, pero solo seguía y sola se quedaría.

No le quedó más que avanzar y encontrase con el desierto. Miró al cielo derrotada, sin comprender muy bien por qué aquello le pasaba.

Justo cuando se echó al suelo arenoso y sucio, dispuesta morir, un cactus diferente a los demás se enseñó a sonreír.

El cactus era un ser solitario aunque pocas veces fuera visitado, jamás permitió que vieran lo que había dentro de él.

La pequeña puercoespín notó que el cactus tenía una pequeña abertura en su pecho y le preguntó quien lo había hecho.

Más él no le respondió y se encargó de acogerla y brindarle amor.

Pronto los dos crearon lazos especiales, danzaban y cantantaban con alegría y gozo como nunca antes lo habían hecho.

El tiempo trajo amor a sus corazones aunque la inseguridad dudara de aquellos sentimientos, fue desechada por un toque de gracia.

Pronto se dieron cuenta de algo que los hacía muy similares, ambos tenían espinas ¿Cómo así se acercarían?

Al principio dolor generaba pero con práctica encajaban.

Entendieron que el pequeño hecho de que ambos tuvieran espinas no significaría que tenían que lastimarse, al contrario, el amor entre ellos debía crecer en grande.

Y de la pequeña abertura en el corazón de el cactus brotó una pequeña flor que llevaba el nombre de esa puercoespín que seguía danzando y su herida ya había sanado.

Las pesas y cadenas que la puercoespín cargaba se quebraron y así ella pudo danzar con más libertad como siempre lo había deseado.

Ambos eran el remedio que por mucho tiempo buscaron y lo mejor de todo es que no fue efímero. Aquella canción que siempre danzaba se había convertido en su favorita y sería eterno por el resto de sus días.

Joanna Diamond.

Mensajes que nunca llegaron ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora