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Aurora Walker

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Aurora Walker

Cuando abrí los ojos, era de noche. Miré a mi al rededor y me di cuenta de que no tenía ni idea de donde estaba. Me dolía la cabeza y me sentía muy mareada. Estaba acostada en una cama enorme, con unas lujosas sábanas de seda. ¿Qué diablos pasó? ¿Dónde estoy?

Traté de levantarme pero estaba atada al soporte de la cama con unas esposas. Mierda. Estoy en ropa interior. Él pánico me aterra al pensar que alguien me desnudó y posiblemente se haya aprovechado de mi inconsciencia. Noté una lámpara de cabecera junto a la cama. Cuando la luz inundó el lugar noté que estaba en una habitación, era bastante antiguo. La habitación era cálida y elegante, estaba pintada de blanco. Los marcos de la ventana eran enormes y estaban finamente decorados. Frente a la grande cama de madera había una chimenea de piedra.

- ¡Mierda! - susurré, jalando las esposas.
- Te lastimarás, preciosa. Será mejor que tengas cuidado con esas esposas.

Me congelé y sentí un nudo atorado en la garganta. Me di la vuelta y en la oscuridad encontré a dos tipos, los dos imbéciles que me trajeron aquí. El chico rubio caminó hasta las puertas de vidrio y salió al balcón después de mirar mi cuerpo parece ser un poco las mayor, parece tener 30 años. Mientras que el otro chico alto, delgado y de cabello corto oscuro con ojos verdes se acercó a la cama y pasó el dedo índice por mis pechos, bajando lentamente. Si, este imbécil debe tener 19 años.

- ¡Aléjate de mí, imbécil! - grité furiosa y comencé a retorcerme en la cama, tratando de quitar su mano.
- No te resistas, preciosa...

Se inclinó hacia mí y rozó sus labios con los míos.

- ¡Déjame! ¡Por favor, aléjate de mí! - grité con toda la fuerza de la que era capaz, sintiendo las lágrimas recorrer por mis mejillas.

- Aléjate de ella, William.

Me di la vuelta al escuchar aquella voz varonil y vi al joven más atractivo que nunca antes había visto. Era muy alto. Con un pelo largo, rebelde y rubio por la mandíbula, delicados y finos rasgos faciales, labios delgados, y unos grandes, brillantes y hermosos ojos azules que me observan atentamente.

Muy joven y atractivo. Muy atractivo. Perfectamente e impecable vestido con un elegantísimo traje negro, camisa y corbata del mismo color.

El chico castaño se aparta rápidamente de mí y agacha la vista. El hombre rubio camina mientras tiene un cigarrillo en la mano y queda frente al imbécil que hace un segundo intentaba tocarme.

- No te acerques a ella, nunca más - dice entre dientes - sal de aquí, William. ¡James! Te quiero fuera a ti también, imbécil.

Los dos hombres salieron rápidamente de la habitación. El hombre rubio toma una silla y la coloca a un lado de la cama, quedando frente a mí. Se sienta mientras me mira con mucha atención.

- ¡¿Dónde estoy y quién carajos eres tú?! - grité furiosa, mirándolo.
- Aurora Walker...
- ¿Quién eres? ¡Contéstame maldita sea! ¡Déjame ir! - con furia, comencé a retorcerme más en la cama, sin importar el dolor que sentía en las muñecas tras tirar de las esposas con fuerza.
- ¡Ya basta! - gritó con locura, al límite.

Arrojó su cigarrillo, se levantó y colocó una mano sobre mi abdomen con fuerza y me presionó en el colchón, quedando inmóvil.

Cuando sus dedos me tocan siento un extraño escalofrío por todo el cuerpo. Parpadeo rápidamente al ritmo de los latidos de mi corazón.

- Quieta. No te lo pediré de nuevo.
- ¿Quién carajos me quitó mi ropa?
- Ese fui yo - se limita a responderme, con voz cálida y divertida.

Y por alguna inexplicable razón me ruborizo. Creo ver el esbozo de una sonrisa en su expresión, pero no estoy segura. Eso me hace enfurecer más.

- ¡Déjame ir! Mi padre tiene mucho dinero, te dará lo que pidas...
- No podría estar más de acuerdo, señorita Walker - me contesta en voz baja.

Cierro los ojos tratando de retener las lágrimas. Solo quiero irme de aquí.

- Su padre tiene cosas que yo quiero. Necesito asegurarme de que me de un par de negocios y gran parte de su fortuna. Por eso está usted aquí.
- Déjeme ir, por favor... - sollozo.

Lentamente quitó la mano de mi abdomen y observó con atención mi cuerpo. Se enderezó, resopló fuerte el aire y volvió a sentarse en la silla a un lado mío.

- ¿Quién eres?
- Brian. Es todo lo que puedo decirte. Estarás aquí el tiempo que yo lo decida. No intentes escapar, no lo lograrás. Estamos muy lejos de Inglaterra y el lugar está rodeado por... personas como yo.

Cuando reúno valor para mirarlo, está observándome, con una mano sobre la pierna y la otra al rededor de la barbilla y con largo dedo índice cruzándole los labios.

- Don... Brian - murmura el chico rubio desde la puerta que estaba en la habitación antes de que Brian llegara - lo esperan abajo - dijo con cautela y después desapareció, cerrando la puerta al salir.

Don... así es como llaman a los jefes de la mafia. Palidezco.

- ¿Debo... debo llamarte... llamarte así? - tartamudeé.

El miedo inundaba mi cuerpo. Se inclinó, acercándose a mí.

- Eres muy lista. ¿Ya lo entiendes todo?

En este punto sabía que mi vida estaba perdida. No había manera de que pudiera volver, pues aunque mi padre cumpliera con lo que Brian quería yo había visto el rostro de todos los hombres aquí. No podía soportarlo.

- Las manos deben dolerte.

Brian se levantó y entró en el otro extremo de la habitación. Abrió un gabinete, sujetó una pequeña llave y después volvió y permaneció de pie frente a mi. Se acercó lo suficiente para sentir su aliento, su respiración y su aroma.

- No intentes escapar, no sabes de lo que soy capaz - susurró y con delicadeza me quitó las esposas.

Me recosté en la cama y sobé cuidadosamente mis muñecas, ambas comenzaban a sangrar. Extendió sus manos y sujetó las mías. Por un momento la preocupación asoma a sus ojos.

- Traeré a alguien para que pueda curarte.
- Necesito mi ropa - gruño.

Me mira alzando una ceja y me ruborizo. Que imbécil tan arrogante. Arrastro la sábana y me cubro el cuerpo. Esboza una sonrisa.

- No tiene por qué esconderse ante mí, después de todo fui yo quien le quitó ese vestido. Le hice un favor. Incluso puedo decir que se ve más... decente sin la ropa puesta - dice con un brillo perverso en los ojos y con la voz irónica.
- Imbécil - murmuro.

Frunce los labios y me mira de arriba abajo.

- Que tenga una buena noche, señorita Walker - me contesta con una sonrisa irónica.

Dijo y desapareció, cerrando con llave la puerta tras él. Me levanté de la cama y corrí detrás de él.

- ¡No! ¡Sácame de aquí!

Grité con desesperación golpeando la puerta. Lo maldije. Abrumada por la ira me desvanecí en el suelo de madera y comencé a dar gritos y sollozos muy impropios de una dama, hasta quedarme dormida otra vez.

𝐋𝐚 𝐨𝐬𝐜𝐮𝐫𝐚 𝐩𝐚𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐁𝐫𝐢𝐚𝐧 𝐎'𝐂𝐨𝐧𝐧𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora