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Brian O'Conner

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Brian O'Conner

Me sentí como un imbécil. La deseaba con todo mi ser, pero no solo quería tener sexo con ella, no en ese momento, más bien quería abrazarla, para olvidarme de el día de mierda que había tenido, pero ella me había echado de mi propia habitación. Nunca nadie había logrado controlarme, no de esa manera, únicamente ella, Mia Toretto. A pesar de que quiero decirle la verdad, no puedo, sé que todo el asunto de su verdadera familia y la farsa de Walker la matarían, y me odiaría aún más. Dejando a un lado todo eso, no podía permitir que esa adolescente de diecinueve años se comportara de aquella forma conmigo. He sido muy tolerante y compasivo con ella desde que la conocí, no he sido un cabrón como debía. Ella irá comprendiendo en qué clase de problemas se meterá si intenta jugármela otra vez.

Cuando salí de la habitación, salí de casa y dormí en mi auto, intenté de cualquier forma que Aurora... o Mia, no estuviese en mi cama, procuré olvidarme de su cuerpo desnudo, de su cuerpo empapado... lo había echo tan bien, había conseguido lo que quería, había logrado seducirme. Se veía tan hermosa que por un instante me dio rabia. A las cinco de la tarde, decidí comer en algún otro lugar, no quería verla. Llegué a casa tres horas después, ya había oscurecido, y todo parecía seguir igual que cuando me fui. Entré a la habitación y volví a encontrarla entre mis sábanas.

Estaba dormida boca abajo, la sábana la cubría solo hasta la mitad, por lo que su espalda desnuda hizo que mi cuerpo se tensara por completo. Suspiré profundamente, fui al baño y me di una ducha fría. Al salir, vistiendo unos pantalones de mezclilla, una camiseta blanca y unos converse, me la encontré sentada, con la espalda apoyada contra el cabecero y la sábana bien sujeta entre sus manos, cubriendo sus pechos.

- Veo que has disfrutado dormir cómodamente todo el día, aquí, en mi cama. Vístete - le ordené, intentando controlarme.

Mia (Aurora) pareció verme con arrepentimiento, no estaba seguro. Antes de que pudiera hacerla mía, tuve que obligarme a salir de la habitación. Fui directo a la cocina; en la mesa estaban Dom y Letty, comiendo, mientras reían.

- Aurora te dió tu merecido. ¿Está cómodo tu auto? - dijo Letty sarcásticamente.
- Creí que habías dejado de ser un imbécil, Brian - murmuró Dom.
- ¿Iremos a las carreras? - le dije con voz seria, ignorando sus estúpidos comentarios, mientras me servía una taza de café.
- ¿Carreras? - dijo Mia a mis espaldas, en un susurro y después apareció en la cocina. No se había vestido, al menos no con su ropa. Llevaba mi camisa de ayer, la que había dejado en la habitación antes de irme, le llegaba por encima de las rodillas. Su pelo ahora no estaba despeinado y su cara lucía fresca y limpia.
- Iré a ducharme y a preparar el auto, te veré en unos minutos - susurró Dom, con el rostro tenso y después sujetó a Letty de la cintura, llevándosela con él.
- Lamento que hayas tenido que dormir en tu auto anoche - repuso en un susurro.
- Parece que lo disfrutaste.
- Se que no tenía el derecho, esta es tu casa...
- ¿Qué pretendes, Aurora? - pregunté enfriando el tono en mi voz - ¿te desnudarás cada vez frente a mí? ¿harás lo que sea para vengarte?
- Tú te has comportado como un imbécil. Es solo un poco de lo que te mereces - afirmó dando un paso adelante.
- Eres hermosa, Aurora, pero lo que hicimos cualquier otra puede dármelo, no me interesan tus juegos absurdos.

Aurora pestañeó varias veces, sorprendida por mis palabras, sus ojos se inundaron de lágrimas, pero al darse cuenta, bajó la mirada al suelo y la dejo allí. No era necesario decirle eso, pero joder, estaba tan furioso con ella. Primero me decía que la hiciera suya y luego me pedía distancia, y ahora hace todo esto para hacerme enfurecer más.

- Eres un maldito - contestó dando un paso hacia atrás.
- No hagas ninguna estupidez. La casa estará vigilada. Regresaré más tarde - agregué, fingiendo seriedad, aunque por dentro, sabía que había sido una estupidez haberle dicho eso.

Ni siquiera me miró, se alejó de mí y desapareció en algún lugar de la casa. Después de eso, salí echo una furia y subí a mi auto, pisé el acelerador a fondo y me dirigí al lugar donde se hacían las carreras.

Las carreras tenían lugar en una zona abandonada a las afueras de la ciudad, y mi entusiasmo de volver a las carreras, coches y adrenalina después de tanto tiempo mejoró mi humor. Cuando estacioné mi auto junto a los demás, todas las personas se me quedaron mirando, mientras que otros gritaban mi nombre, con sonrisas entusiastas. Una chica rubia y otra peliroja, ambas jodidamente atractivas, se acercaron a mí. La rubia me susurró al oído izquiero:

- Te he echado de menos. ¿Qué te parece si después me llevas en tu auto a dar un paseo? - me mordió el lóbulo de la oreja, haciéndome estremecer. La pelirroja me sujetó de la barbilla y atrajo mi rostro al suyo, rozando sus labios con los míos.
- Quiero que me cojas como la última vez, Brian. Podríamos hacerlo dentro de tu auto - susurró la pelirroja y me besó salvajemente, a la vez que yo acariciaba su trasero.
- Podríamos hacerlo contigo las dos - agregó en tono seductor la rubia, mirando a la pelirroja.
- Solo tienes que decirlo, Brian - gimió la pelirroja - te esperaremos cuando acabes la carrera.

Ambas se acercaron más a mí, ofreciéndome una privilegiada vista de sus pechos y su abdomen plano. Segundos después una voz varonil reconocida surgió de entre la multitud.

- O'Conner regresa a los Ángeles después de mucho tiempo.

Es él, el imbécil de Adams. Él imbécil que trató de aprovecharse de mi mujer el día de nuestra boda. Él imbécil que incendió unos de mis clubes. Sus ojos se clavaron en los míos, retándome, con odio.

- ¿Qué tal si hacemos una apuesta, eh O'Conner? Por los viejos tiempos, amigo - extendió los brazos y la gente comenzó a aullar de forma divertida.
- Te ganaré, como siempre Adams. ¿Qué carajos quieres?
- Si yo gano, una noche, con tu mujer.

La adrenalina corrió por mis venas. Se me hiela la sangre. Por un momento deseo matarlo. Con las manos cerradas en puños, me acerco hasta quedar frente a él, a centímetros de su rostro.

- Nunca tendrás a mi mujer. Prepárate para que te asesine, Adams. Que inicie la carrera.

𝐋𝐚 𝐨𝐬𝐜𝐮𝐫𝐚 𝐩𝐚𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐁𝐫𝐢𝐚𝐧 𝐎'𝐂𝐨𝐧𝐧𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora