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—El día empezó bien, ya pude entregar mi proyecto

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—El día empezó bien, ya pude entregar mi proyecto.

Bostecé en grande sin importarme de los modales, porque de todas maneras, no había nadie cerca aparte de Elkie que pudiera verme.

—Uy, va a llover— mi amiga señaló el cielo con nubes negras que se juntaban.

Suspiré con decepción, dándole una mirada al vestido que había decidido ponerme hoy solo porque parecía que iba a ser un día soleado.

Sabía que este día no podía ser del todo bueno.

—Como sea, iré al baño— dije desganada, empezando a sentir el frío en mis piernas.

—Renjun está esperando en el comedor, iré a reunirme con él— asentí y cada una se fue por otros caminos.

Tuve que ir al baño de un piso arriba porque el de la planta baja estaba atiborrado de chicas, y yo necesitaba hacer pipí con urgencia.

Me lavé las manos y salí luego de hacer mis necesidades, acomodando mi bolso en mi hombro para que no se caiga.

Estaba pensando que a lo mejor podría sacar una soda de la máquina expendedora, mi boca estaba seca y mi cuerpo pedía azúcar y gas.

Busqué en el bolsillo de mi bolso mientras caminaba, tratando de encontrar mi billetera.

Levanté la cabeza justo a tiempo para ver cómo un teclado de computadora me golpeaba en plena cara.

Cerré los ojos con fuerza dando dos pasos atrás, sintiendo el golpe en mi frente y parte de mi nariz.

—Así que eso es lo que llaman justicia divina.

Abrí mis ojos con pequeñas lágrimas del dolor y la impresión, encontrando a Kim Doyoung en frente de mi, con el teclado entre sus manos.

—¿Qué demonios…?

—Cosechas lo que siembras.

Gruñí de dolor, agarrando con más fuerza mi bolso y mis nudillos volviéndose blancos de la rabia que tenía.

Él miró en silencio mi pronta transformación en un monstruo gigante, y suspiró.

—Vale, ven— me agarró del antebrazo y me jaló con él. Estuve quejándome en voz baja hasta que paramos en frente de la máquina expendedora de bebidas. Kim Doyoung metió un billete y sacó una limonada fría, quitando mi mano que cubría mi frente y poniendo la lata ahí.

—¿Ni siquiera te disculparás?— pregunté observando sus movimientos.

—No es mi culpa que seas tan pequeña. — fruncí el ceño y volví a quejarme por haber hecho una mueca con mi frente herida.

—¿Qué haces manejando un teclado?

—Lo estaba desarmando en clase, quería cambiar algunas teclas junto a mi licenciado— dijo con simpleza, quitando la lata de mi frente y echando un ojo antes de volver a ponerla.

CRESCENDO | Kim DoyoungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora