Capitulo Ocho.

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Sentado cómodamente en la bonita mesa de un lujoso restaurante, Darius arrojó un vistazo hacia la puerta del baño, donde Noah había desaparecido hacia demasiado tiempo como para ser considerado normal, antes de volverse a la única otra persona haciéndole compañía. Al igual que él, Reb se veía igual de fastidiado, y a juzgar por el ceño fruncido arruinando su expresión, el chico estaba a punto de ir por Noah y arrastrarlo del cabello de ser necesario. 

Darius podía ser considerado tonto en muchos aspectos de la vida, sus hermanos hacían un doble esfuerzo por marcarle eso cada que podían. Pero si había algo en lo que era experto, era en Noah. Había pasado años observando al chico de cerca, aprendiéndose cada gesto, cada tono de voz y cada secreto guardado detrás de sus castaños ojos. 

Lo conocía, lo conocía malditamente bien, y por eso sabía que el chico estaba intentando algo en ese instante, solo que aun no lograba adivinar de que se trataba exactamente. 

Encontrándose con la mirada del mocoso que lo miraba con odio, decidió que había formas más inteligentes para actuar que simplemente intentar arrancar la verdad de Noah. El niño era demasiado terco para su bien, y porque Darius lo conocía, sabía que tenía las ideas más tontas corriendo por su cabeza, y si estaba planeando actuar para llevar una de ellas a la realidad, entonces todos alrededor estaban perdidos. 

Llamando la atención de Reb con un carraspeo de garganta demasiado obvio, hizo un gesto con su cabeza hacia al baño al tiempo que preguntaba—. ¿Eres parte de esto? 

La perfectamente perfilada ceja se elevó—. ¿Realmente crees que estoy sentado aquí, viéndote la cara, por propia voluntad? —bufó—. Noah me chantajeó para que viniese, de otra forma, jamás habría aceptado cenar contigo. 

—Mm —Darius asintió distraídamente. Podía estar de acuerdo con eso, Reb era un dolor en el culo que deseaba evitar casi tanto como el otro quería evitarlo a él—. ¿Tienes idea de que infiernos esta planeando? 

—¿No lo sabes tú? Pensé que sabías todo acerca de Noah. 

—No vivo con él, y no puedo leer su mente —dijo, demasiado a la defensiva para su propia paz mental—. Puedo sentir que algo se trae, y tengo una hipótesis. Pero si soy sincero, no quiero creer que sea tan tonto como para pensar que algo así pudiese funcionar. 

Echándose atrás en su silla, Reb le dedicó una larga mirada contemplativa—. ¿También crees que está intentando juntarnos?

Bien, obviamente, la idea no era tan absurda si Reb también había llegado a esa conclusión. Además, de que Noah no había estado siendo muy discreto tampoco. El chico se había pasado prácticamente toda la cena sacando a relucir los diferentes aspectos de sus vidas, decorándolos y presentándolos como si fuesen los mejores partidos que existieron jamás. Solo un idiota no podría darse cuenta de sus intenciones. 

Darius suspiró, mascullando—. Es eso o cuando fue al baño, se olvidó del camino de regreso aquí. 

Una media sonrisa despectiva se pintó en el rostro del más joven—. ¿Realmente cree que somos tan tontos? 

—Nunca sido una mente maestra criminal —aceptó—. Seguramente, y como ambos le agradamos, pensó que esto podía funcionar. 

Reb bufó—. Prefiero apoyar mis manos en una plancha caliente que tocarte a ti. 

—El mismo sentimiento aquí. —aseguró, y era verdad, él solo pensaba de esa manera hacia Noah, nadie más—. ¿Que hacemos con el pequeño Doctor Amor entonces? 

Luciendo una mirada pensativa por un largo momento, una pequeña y endiablada sonrisa comenzó a hacer aparición en el rostro de Reb—. Creo que nuestro pequeño Noah debería aprender una lección que le enseñe a no entrometerse en la vida privada de otras personas. 

DariusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora