De pie frente al espejo, Noah observó su reflejo por un instante y suspiró. Se veía más pálido que de costumbre, y a pesar de lo que le había dicho a Darius, se sentía tan cansado como su rostro delataba. En realidad, aunque había dormido prácticamente toda la noche de corrido, regresar a la cama y dormir otras diez horas le parecía tan malditamente tentador.
Ah, estaba tan malditamente somnoliento, solo esperaba no terminar durmiéndose en el trabajo o Nee jamás le permitiría olvidarlo.
Por supuesto, sabía perfectamente que solo bastaba una corta llamada y se libraría de ir a trabajar. Nee era el tipo de jefe permisivo que le permitiría faltar mientras le diese la seguridad de que aparecería al día siguiente. Pero era demasiado terco como para dar el brazo a torcer, además, si faltaba al trabajo, solo le daría combustible a Darius para decir que tenía razón en que todo era demasiado estrés para él.
Noah podía manejar un poco de estrés, no era un niño pequeño. Además, estaba haciendo todo lo que hacía, para poder tener un futuro tranquilo y feliz, así que no había forma de que se detuviese aún.
—¿Amor? —la voz de Darius subió por las escaleras—. ¿Estás listo? Se nos está haciendo tarde.
Echando un vistazo al reloj en su muñeca, Noah se movió para recuperar su delineador de ojos—. ¡Dame un minuto! —pidió, mientras se acercaba al espejo para poner una línea sobre sus pestañas.
Los pasos de Darius sonaron sobre los escalones antes de que apareciera en la cima de las escaleras, con su mochila ya sobre el hombro. Acercándose a donde estaba, se apoyó casualmente en la pared cercana, observándolo maquillarse con paciencia y algo de interés.
Mirando de cerca que el delineado fuese simétrico, Noah dio un paso atrás y se encontró con la mirada de Darius a través del reflejo—. ¿Qué sucede?
Con los ojos algo brillantes y una pequeña sonrisa suave en el borde de sus labios, Darius negó—. No sucede nada.
Guardando el delineador en su estuche de maquillaje, Noah finalmente lo miró, encontrándose con los ojos verdes que lo veían casi con reverencia—. ¿Qué? —insistió—. ¿Por qué me miras tanto? ¿Mi maquillaje quedó mal? ¿O es la ropa? Estos colores no se ven bien en mí, ¿verdad?
—¿Hay algo que no se vea bien en ti? —rio suavemente antes de acercarse, rodeando su cintura con sus brazos—. Te ves increíblemente hermoso, Teddy.
Rodeando el cuello del mayor con sus brazos, Noah lo miró con sospecha—. ¿Por qué estas siendo tan complaciente esta mañana? —estrechó los ojos—. ¿Qué hiciste?
Darius río—. ¿Por qué cada vez que te digo algo bonito piensas que hice algo malo? —dijo—. Quizás solo estoy demasiado malditamente enamorado de mi hermoso esposo y quiero verbalizarlo, ¿no pensaste que podía ser eso?
—Llámalo instinto —dijo, dándose un pequeño golpe con su índice en la punta de la nariz—. Puedo olerlo en ti.
Inclinándose, Darius dejó un beso donde el golpecito había impactado logrando que Noah arrugase la nariz—. Estoy siendo un buen niño.
—Nunca has sido un buen niño —acusó, raspando con sus uñas el crecimiento de barba en sus mejillas—. Demasiado rebelde y travieso, quizás por eso me gustabas tanto cuando éramos niños.
Darius elevó una ceja, sus manos deslizándose en largos masajes en la delicada espalda—. ¿Eso fue lo que te atrajo?
—Esos bonitos ojos verdes también tuvieron algo que ver.
Y eso era una verdad imposible de negar. Los ojos de Darius habían sido lo primero en llamar su atención, dado que cuando se conocieron, en sus cuatro años de vida, Noah nunca había visto a alguien con ese color en sus ojos. Le había resultado particularmente fascinante, y al pasar los años, aunque se había cruzado con más personas de ojos claros, seguía seguro de que no había ojos más bonitos que los que ahora lo observaban con adoración.