—¿¡Qué clase de mierda es esa!?
Sentado en un rincón de la pequeña oficina del abogado personal de sus abuelos, Noah observó a Van explotar contra el pobre hombre como si este le hubiese dicho que él mismo había sido quién había cortado los frenos de su coche. Era realmente impresionante como había pasado de ser un perfecto y servicial hombre de negocios, a un troglodita furioso en el lapso de cinco segundos.
Y solo habían bastado dos palabras para lograr en él esa reacción: Heredero Universal.
Si era sincero, Noah no había previsto que las cosas terminasen tan bien para él. No por el dinero, en realidad, le importaba muy poco ese aspecto. Pero el tener el placer de ver el rostro descompuesto de Van desde la primera fila, eso por sí mismo hacía de su día algo que marcar en el calendario.
—Señor Bannarasee, por favor, guarde la compostura —pasando una mano por su escaso cabello blanco, el abogado, un hombre regordete y de grandes lentes de armazón que hacían ver su rostro aun más redondo, volvió a revisar a través de sus papeles antes de soltar un largo y pesado suspiro—. No hay error en mi anuncio, sus padres vinieron a mi hace un tiempo y pusieron en orden los papeles para dejar como su heredero universal a su único nieto; Noah Bannarasee.
—¡Eso es imposible! —Van gruñó, golpeando sus palmas abiertas sobre el escritorio mientras se inclinaba hacia el hombre, lanzando su ira sobre él con una mirada—. Para nombrar a un heredero único, se necesita que los otros renuncien a su herencia. Como su único hijo, debería ser yo quién lo herede todo, estoy primero en la línea.
Sacando un grupo de papeles unidos por un clip, el abogado lo deslizó hacia él iracundo hombre—. Aquí están los papeles de renuncia —dijo—. Usted los firmó hace años, ¿acaso no lo recuerda?
Tomando las hojas, la mirada de Van se deslizó por las mismas antes de detenerse en su propia firma en la parte inferior—. Esto no es válido —soltó—. Firmé esto antes de que todo el mundo supiese que el pequeño bastardo no es mi hijo. Noah no es un Bannarasee, no debería tener derecho a la herencia.
—Llevando, o no, la sangre de la familia, él sigue siendo el heredero. Sus padres se esforzaron porque fuese así —dijo—. Hasta se aseguraron de poner una cláusula que bloquee cualquier intento de anular su última petición basándose en el parentesco sanguíneo. Ellos eran plenamente conscientes de que el joven Noah no era su nieto de sangre cuando firmaron estos documentos, no hay nada que se pueda hacer para invalidarlos.
Eso sorprendió un poco a Noah, no porque ellos supiesen acerca de no ser el hijo de Van, sino por la vehemencia que habían puesto al asegurarse de que no hubiese forma de que su herencia le fuese quitada. Era extraño. Y en realidad, luego de escuchar sus últimas palabras, la sensación de que todo se trataba más de un intento desesperado por no dejarle nada a Van, que por dejarle todo a él, se instaló en su cabeza.
¿Qué infiernos podría haber provocado que los viejos tomasen una decisión tan drástica?
—No puede ser —Van volvió a negar—. Mis padres no pudieron solo dejarme en la calle, sin nada.
—Oh, pero sus padres si le dejaron algo —el abogado lo miró sobre el borde de sus lentes, con una expresión confundida—. Antes de que renunciara a su herencia, pasaron la empresa familiar a su nombre. Bannarasee.sa es completamente de su propiedad, su herencia.
Los dientes de Van tronaron cuando los apretó con ira—. Esa empresa esta prácticamente en la banca rota.
—¿Por culpa de quién? —Noah soltó casi inconscientemente, y su voz, aunque suave y baja, pareció resonar dentro de la habitación.