Dos semanas.
Dos malditas semanas, y Noah aun no podía poner dos bocados seguidos en su boca sin que su estomago se revelara como si realmente lo odiase. Estaba harto. Había pasado tanto tiempo inclinado sobre el inodoro, que comenzaba a pensar que cambiar el mismo era una necesidad, comenzaba a odiar la maldita cosa.
Terminando de donarle su almuerzo al inodoro, jaló la cadena y se puso de pie de forma tambaleante, acercándose al lavabo para poder arrojar agua en su rostro. Cepillando sus dientes por lo que debía ser la decima vez en el día, echó un vistazo a su reflejo y suspiró pesadamente. Se veía como el infierno y se sentía aún peor que eso. Su rostro estaba pálido, había ojeras bajo sus ojos oscuros y debido a todas las veces que se había visto obligado a humedecer su rostro, su maquillaje había desaparecido para ese momento.
Desde el día de su cumpleaños, las nauseas parecían haber aumentado a pasos agigantados. Había sido advertido de ello luego de la prueba de sangre que confirmó su estado, pero había pensado que sería igual que en su primer embarazo. Con su niña, las nauseas habían sido suaves y llevaderas.
Ahora... ahora festejaba si podía comerse una galleta y no devolverla a los dos segundos.
Todo se sentía demasiado surreal todavía. Aun cuando el embarazo les había sido confirmado a través de la prueba de sangre y de una ecografía, ni él ni Darius habían logrado procesar la noticia completamente. Todo se sentía demasiado bueno para ser verdad, así que ninguno de los dos quería ilusionarse aún. Solo había sido una pequeña mancha en una pantalla, solo una palabra escrita en un papel, ¿cómo podía ser eso la razón por la que sus vidas estaban a punto de cambiar completamente?
No, Noah se negaba a aferrarse a una ilusión tan grande una vez más.
Sacudiendo su cabeza, secó su rostro con una toalla de mano antes de tomar un respiro profundo y salir del baño. Todo su mundo se balanceaba, podía sentir su estomago resentirse, al igual que su garganta debido al vomito constante. Quizás necesitaba dormir un poco, se sentía como si eso fuese la respuesta a todo.
Entrando a la habitación, observó la cama de sabanas desordenadas e intentó apresurarse a llegar a ella, pero su cuerpo lo traicionó, logrando que sus piernas fallaran y de no ser por los rápidos reflejos de unos fuertes brazos familiares, con seguridad habría obtenido un buen golpe.
—Te tengo, Teddy —Darius musitó, llevándolo al cálido hueco de sus brazos.
—Dare —musitó—. Regresaste.
Un suave beso fue depositado en su frente—. Te pedí que me llamaras si las nauseas no desaparecían, cariño —dijo—. Podría haber transferido algunas lecciones a un colega y haber llegado antes.
—Estoy bien, Dare.
Alcanzando su barbilla, Darius hizo subir su barbilla con dedos suaves, dejando un pequeño beso en la punta de su nariz—. Si te vuelvo a escuchar decir esa mentir, voy a palmear tu bonito trasero, y de no de la forma bonita —advirtió antes de que su pulgar subiese a acariciar las oscuras ojeras bajo sus ojos—. Has tenido nauseas por días.
Noah suspiró—. Eso es lo normal, ¿verdad? Se supone que tenga nauseas.
—Si, pero no creo que deban ser tan fuertes como las que estas teniendo —dijo—. ¿Has logrado comer algo hoy? Y no te atrevas a mentirme.
Aunque realmente pensó en hacerlo, la mirada de advertencia de Darius lo tuvo diciendo la verdad—. No, nada se queda dentro.
—Bien, eso era lo que temía —dijo. Y con un suave movimiento, cargó a Noah en sus brazos—. Vamos al hospital.