Para ser alguien que siempre se adelantaba al final de las cosas, seguía sorprendida por el abrupto y desastroso final de Deborah y Katherine.
Me pasé septiembre escuchando las lamentaciones de mi pobre amiga. Maldecía su impulsividad, lo fácil que se eclipsaba por un historial tan profundo como la fosa de las Marianas y el igual de kilométrico miedo que le tenía al juicio de su madre.
Para su suerte—o desgracia—los peores panoramas no eran lo que ella esperó.
Opuesto a la creencia popular, yo no estaba oficialmente en el historial de Deborah Wigmore. Fui honesta al decir que sólo fueron unos besos. No me enorgullecía en lo más mínimo, pero siempre fui consciente de que pudo ser peor.
Respecto a Karen Mendler, la mujer aceptó la situación lo mejor que pudo. Le estaba costando un poco separarse de la idea de entregar a su hija en una boda heterosexual donde un hombre prometería amarla para siempre, pero bueno...al menos estaba esforzándose en imaginar a una mujer esperándola en el altar.
Creí que mi desempeño como mejor amiga había sido puesto a prueba en nuestra infancia, cuando la escogí por encima de cualquier otra amistad, o incluso a mediados de nuestra adolescencia, cuando peleé sus batallas con tal de que nadie la lastimara.
Me equivoqué.
Mi rendimiento sería evaluado por cómo la sostuve durante esos meses de desamor, cuando mordí mi lengua cada vez con tal de no decir "te lo dije" e incluso por esforzarme en quitarle un poco de peso para cargarlo en mis hombros luego de los secretos que no le compartí.
Sí, en parte lo decía para que dejara de llorar y hacer ese puchero que, contra la mejor de mis voluntades, me resultaba muy gracioso. Sin embargo y sin palabras, las dos entendíamos que fue más su culpa que mía o de alguien más.
Deborah no era santa de mi devoción. A duras penas, la toleraba. ¿La asesinaría? No. ¿Me lamentaría si alguien más lo hiciera por mí? Tampoco. Era complicado y lo supe ese sábado por la noche, cuando supe que la leyenda tenía corazón sólo porque se rompió a unos cuantos pasos de mí.
En el camino de regreso al club la vi apagarse con lentitud. No supe qué decir para justificar a Katherine y agradecí no haberlo intentado porque apenas la noche anterior, mi amiga juró no considerar un desastre a ella, su vida o a la relación que mantenían.
¿Quién diría que el verdadero giro en la trama sería Katherine rompiéndole el corazón a Deborah? Tuve tantos dolores de cabeza al intentar protegerla que jamás pensé que podía ser percutora del daño.
Meses atrás, me habría burlado. Diría que tardó, pero el karma al fin alcanzó los talones de Deborah Wigmore y yo tenía el honor de decir que fue mi mejor amiga la que vengó a todo un historial dolido, incluyendo a Jenna.
Pero en esos meses también aprendí que el amor y la venganza no pueden coexistir, por más que el primero doliera y el segundo pareciera un placebo.
Dudaba mucho que Deborah se guiara bajo la misma creencia. También sabía que aclarar o desmentir chismes no era su deber, pero seguía confundida respecto a los que contaban las damas nocturnas de Chicago.
"Dejaron a la mocosa por sus berrinches".
Evidentemente le convenía mantener su orgullo intacto, al igual que su reputación de rompecorazones. O quizás ni querría intentar esparcir la verdad porque, muy en el fondo, nadie la creería.
Incluso a mí me estaba costando creerlo. Seguía reconstruyendo la historia con tal de dejarle algo de culpa al diablo, pero al parecer el ángel hizo todo.
Me quedaba asumir que el rumor más terrible quizás sí era verdadero: Deborah había regresado con su ex. ¿Cuál de todas? Bueno, al parecer sólo una tenía ese título de forma oficial.
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Caminos Separados (D&K2)
RomanceLa vida fuera del armario resultó ser miserable e inusualmente mágica para Katherine. Se ha unido más a su familia, está replanteando su futuro académico y, a muy duras penas, sobrevivió a su primer quiebre amoroso. O al menos eso intenta. Mientr...