15 - Zorra de las nieves

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En los últimos siete meses, jamás creí que diría en voz alta que estaba absolutamente harta de Deborah, hasta el punto de desear mudarme a otra ciudad con tal de no verla ni saber nada de ella.

Dada su popularidad—o la de su vagina—sería más adecuado otro continente.

Era el resentimiento hablando, lo sabía, pero debía admitir que existía algo que jamás reconocí antes, un cansancio emocional y físico cada vez que pensaba en ella y en lo nuestro.

Me tenía en dos extremos: con ganas de llorar y dar puñetazos a mi almohada o simplemente reviviendo nuestro encuentro en el baño del restaurante con más entusiasmo del perdonable.

Y ahí, en un lugar en el medio, había algo más que también era nuevo para mí y me afectaba a nivel integral. Era un estancamiento, indiferencia pura que no me permitía llorar o tocarme con mi recuerdo favorito.

Estaba desquiciándome. Lo sentía a cada minuto de mi día a día, como si fuera una sombra envolviéndome, evitando que viera con claridad o que pensara en repercusiones.

Hasta sentí el impulso de llamar a un terapeuta porque eso no debía ser normal.

Enloquecer por amor.

Sí, sólo sonaba bonito en las canciones.

—No entiendo—concluyó Rose después de mi improvisado discurso—. ¿Estás...terminando conmigo?

—Te estoy dejando la decisión—respondí—. Las dos sabemos que estoy en proceso de superación de mi ex y no puedo ofrecerte amor, pero puedo intentar...ser una buena compañía.

—Eres una muy buena compañía—sonrió ella, luego recorrió con la vista mi torso por veinteava vez y negó con delicadeza—. ¿A qué viene este golpe de madurez?

—¡Rose Haughman! —exclamé, fingiendo indignación— ¿Insinúas que fui infantil todo este tiempo?

—No infantil, pero sí estabas mintiéndote a ti misma creyendo estar lista para una relación nueva.

Guardó silencio cuando el mesero llegó con la botella de vino para rellenar su copa. Yo la observé a ella, detenidamente e incluso absorta mientras el líquido creaba un pequeño caos al caer en el recipiente de cristal.

No se lo mencioné nunca, pero me gustaba el hecho de que usara trajes completos o conjuntos ligeramente formales. Las blusas eran mis favoritas, en especial si las abotonaba apenas por encima de su pecho, siempre generosa al enseñar su perfilada clavícula.

—Entonces—prosiguió, ya con su copa de Merlot en mano y riendo por tener que despabilarme—. ¿Has pensado en una relación abierta? Porque no sé tú, pero yo sigo disfrutando tu compañía a pesar de todo lo que pasa por tu cabeza y corazón.

—¿En serio? —pregunté, ingenua—. Siento que para cualquiera sólo resulto ser muy repetitiva y aburrida.

—No para mí—dio un sorbo a su vino y, luego de saborearlo, continuó—. Es difícil el primer amor, en especial entre mujeres ¿Y el desamor? Toda una odisea. Está lleno de esto: idas, vueltas, otras personas. Es riesgoso para mí, pero no me molestaría estar en tu...proceso.

—¿Riesgoso? —sonreí y volví a sostener mi copa con espumante—. ¿Por Deborah acaso?

—Para nada—miró su copa y, con más cautela, a mí—. Tú eres un riesgo, Katherine. Eres fácil de querer. Quizás demasiado. Tendré que mantener mi guardia alta.

Bajé la mirada mientras sonreía, esperando que eso sirviera para camuflar mi sonrojado y, una vez que me sentí lista, volví a mirarla y levanté mi copa en su dirección.

Caminos Separados (D&K2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora