22 - La cura

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No tuve suficiente tiempo para adecuarme a la idea de tener a dos hombres como vecinos cercanos. En ese punto, el hecho de que fueran mafiosos me resultaba irrelevante.

Estaban a minutos de que su taxi los dejara en el edificio y, como la gran morbosa que era, me quedé en la sala de estar de Oksana para ver cómo se desenvolvería todo.

Ella se cansó de repetir que no los invitó, que sólo le avisaron que estaban en camino. Naturalmente, no lo creí.

—Escucha, no puedes decirles nada sobre nuestro trato—se sentó frente a mí y frotó sus manos lo suficiente como para que yo entendiera que, hasta la fecha, nunca la vi tan nerviosa—. Y antes de que empieces...

—No me voy a perder la oportunidad de que se burlen de ti.

—No harán eso—negó durante un par de segundos y luego se distrajo en el ventanal—. En serio no te conviene que sepan de nuestro trato. A ninguna de las dos le conviene.

Estudié su rostro en búsqueda de alguna señal, algo más allá de la angustia con que veía el cielo apenas despejado.

—¿Por qué haces todo esto? —pregunté y, antes de continuar, me aseguré de tener su atención—. No valgo tanto como para tener a la mafia preocupada por mí.

Soltó una risa y se recostó en su sofá con la misma expresión de siempre, una muy exclusiva para mí y las veces que insinuaba o decía directamente algo relacionado al negocio de su familia.

Jamás lo aceptaba o negaba, sólo sonreía y parecía saborear mi estupidez... u osadía.

En ese instante, la salvó el timbre. Emocionada, corrió para autorizar la entrada de sus hermanos y yo, de mala gana, me puse de pie y preparé mi presentación formal. Debía ser respetuosa con ellos, evitar cualquier chiste contra Rusia o sobre su hermana en mi cama.

La patria y las hermanas eran sagradas.

Desde la sala de estar no alcanzaba a ver la entrada, pero luego de las risas y susurros rusos, los tres cruzaron el pasillo. Fue tal el impacto que no pude evitar poner los ojos en blanco.

—Son los gemelos más raros que he visto—susurré para Oksana una vez que se me acercó y jaló del brazo para llevarme a saludarlos—. ¿Cómo que no se visten igual? ¿Por qué son tan atractivos?

Sonriendo, Oksana ignoró mis preguntas y me presentó con tanto orgullo que por poco me conmueve.

Dijo que era "su amada". Muy alejado de la realidad, pero muy halagador para mi trasero egocéntrico y rechazado por el historial de chicas que jamás tuvieron la iniciativa o ternura a la hora de presentarme de esa forma con sus familias.

Yo seguía forzando una sonrisa cuando el único de los gemelos que cumplía con mi imaginario del ruso mafioso dio un paso adelante. Media dos metros, si es que no más. Era un bulto de músculos, tatuajes y una cabellera dorada y tiesa de tanto exceso de gel. Sonaba repugnante, pero parecía oro sólido.

Sin querer, noté sus ojos grises iguales a los de Oksana, luego me distraje en la sospechosa cicatriz cruzando parte de su frente y ceja. Pensé en cientos de formas en que pudo ganarla y ninguna se alejaba de senderos oscuros y violentos.

—Adrian—estiró su mano hacia mí y, cuando la estreché, me dio un apretón tan firme que seguro me causaría fracturas—. Soy el mayor.

—Por un par de minutos—sutilmente, el otro lo movió del frente y recibió mi mano—. Sasha. Es un gusto.

A diferencia de su hermano mayor por un par de minutos, Sasha era una absoluta decepción para la Bratvá. Fue demasiado gentil en su saludo, bordeando el límite de adulador si consideraba el beso que dejó en mis nudillos y la sutileza con que soltó mi mano.

Caminos Separados (D&K2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora