4 - Encadenada

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Mi epifanía fue veloz, pero resulté ser muy poco práctica en ejecutarla.

No sabía cómo contarle a Allison y Cody sobre mi ida sin lastimarlos o arruinar lo que tanto nos costó enmendar. De hecho, con suerte podía decir que intenté exponerlo dos veces.

Muy mediocremente.

La primera vez fue la misma noche en que Cody perdió un diente y me obligó a dormir con él para asaltar al Ratón Pérez. Sí, yo puse esa idea en su cabeza, pero no esperaba que se cayera antes de mi confesionario y me viese obligada a organizar un atraco contra un personaje ficticio.

La segunda vez fui eclipsada por Allison y su nuevo trabajo. Luego de creer que los adolescentes con pésima caligrafía eran lo suyo, al fin, vio la luz. Consiguió una oferta considerablemente superior para dar clases a universitarios en Northwestern.

Ella dijo: Es demandante, pero contigo aquí todo es más...sencillo.

El alivio en su voz y desplante me mantuvo muda y sonriente. No sabía si se trataba de mi necesidad por complacer a la gente o si realmente me hacía feliz hacerlo si se trataba de ella. Lo que fuese, me tenía manejando a Evanston sin importar la nostalgia que me provocaba hacerlo.

No, no sólo porque estudié ahí, sino también porque era peligrosamente cercano al barrio de Katherine y, si era honesta, podría sufrir un infarto si me la encontraba.

Ojalá fuera una exageración, pero los resultados de mis exámenes dejaban mucho que desear.

Así que, de las contadas veces en que ofrecí llevarla o pasar por ella, actuaba como si fuese un caballo con anteojeras, siempre viendo al frente y parcialmente inmune a mi alrededor.

Esa técnica no sólo me evitó buscarla en las veredas, también ayudó a que no atropellara a ancianos decrépitos que cruzaban indebidamente. Le perdoné la vida a todos, en especial al último porque lo reconocí. Era Salazar, el maestro que me llevó de la mano (y ocasionalmente de la oreja) para que terminara mi tesis y me graduara.

Genuinamente me alegré de verlo, y, en especial, de no atropellarlo. Él tardó un par de segundos, pero al reconocerme me indicó dónde estacionar. Ya no había una desproporcional relación entre los dos así que fue una gran sorpresa—para ambos—que yo obedeciera.

—¡Deborah Wigmore Hernández! —estiró sus brazos y me invitó a abrazarlo—. ¿Cuántos años han pasado?

—Muchos si olvidó que no me pone cómoda hablar en español—le di medio abrazo y me separé hasta estar a tres pasos de él—. ¿Cómo lo trata la vida?

—No esperes mucho de un anciano al que casi atropellas. De suerte sigo casado, me sacaron la vesícula hace poco y...—me miró a los ojos y me leyó como a un cuento: logró aburrirme en dos segundos—... ¡Y qué importa! Tu dime ¿qué ha sido de ti? ¿Fuiste a Europa? ¿Viste la maestría en otra universidad?

—No y no—respondí, asqueada—. Le dije que no ejercería nada de...esto.

Me miró decepcionado, pero se mantuvo respetuoso. Esperaba que no, aunque de seguro recordaba esa vez que tuvo que contenerme durante una crisis, luego de que arruinara un avanzado proyecto de cinco meses sólo porque me recordaba a ella.

Ni siquiera podía decirlo en voz alta, pero sentía que le quité todo a mi madre, incluso sus sueños. Pudo ser una gran artista si yo nunca hubiese nacido. Pudo convertirse en una incluso conmigo en el panorama, sólo si yo no...

—Es una lástima, Wigmore. En verdad eres una de las pocas personas que recuerdo por su estilo y talento. Ese dominio en la composición, con el claroscuro ¡la pincelada! —suspiró y acomodó sus gafas—. Eres un prodigio. Siempre lo dije y siempre lo diré.

Caminos Separados (D&K2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora