27 - Baile nocturno

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Era un día gris, mas no podía imaginar cuántos tonos más oscuros debió sentirse para cada persona que amaba a Thomas Schmitt.

Todavía no me acostumbraba a mi propio infierno, pero no podía dejar de pensar en el que estaría viviendo Deborah. La culpa me carcomía por no estar ahí, a su lado o por no tener el valor de siquiera llamarla para darle mis condolencias. Sería demasiado frío para mis parámetros.

Pero ¿Qué calidez podía ofrecerle ahora?

Los pensamientos intrusivos eran ruidosos. Me pedían que mantuviera mi distancia y usara ese tiempo a mi favor. Yo también debía sanar y el amor no sería una cura. Ya no era tan tonta para convencerme de ello, no cuando aprendí que, en algunos casos, el amor lleva a la obsesión y la vida de alguien termina arruinándose.

En este caso, fue la mía.

Pensé en cada discurso para convencer a mi familia de que eso no era verdad y que superaría los miedos nocturnos una vez que iniciara la terapia. Respecto a la demanda, seguí negándome a darles la información que necesitaban.

Rhodes repetía que no podían aferrarse a la versión de Theresa, esa en donde ella, contra mi voluntad, les dijo el nombre y apellido de mi atacante. También les otorgó valioso contexto y agregó la dosis de paranoia que, ahora sabíamos, no fue exagerada.

Antes de que mamá intentara debatir la factibilidad de esa teoría, alcé la voz por encima de todos.

—¿Puedes llevarme al funeral? —pregunté directo a Rhodes—. Es en el cementerio Mount Olivet.

Mientras mamá ponía los ojos en blanco ante mi segundo intento de que alguien se compadeciera, Rhodes soltó una carcajada y preguntó:

—¿Dónde está Scarface?

—Estaba. Lo trasladaron al Carmel—corregí—. Y fue como en los cincuenta, Rhodes. Sal un poco.

Entrecerró los ojos, molesto por no lograr incomodarme con más temas criminalísticos. Yo temía que en ese punto se volverían tan inusuales para mí como las hojas volviéndose cafés en el otoño.

Por otra parte, mamá estaba lejos de verle el chiste a la situación. Todavía negándose, se interpuso entre Rhodes y yo.

—Ayer dijiste que no estabas lista para salir de casa o... verla—se cruzó de brazos y miró a Josh en búsqueda de apoyo—. No quiero ser ridícula. Sé que Deborah no fue la que te atacó, pero creo que todos estamos de acuerdo en que sólo te ha atraído problemas desde que apareció.

—¿Y qué? —me encogí de hombros, sin saber si me dolía o no exponerme de esa forma—. ¿Se supone que eso sea suficiente para que deje de amarla?

Por unos segundos, sentí que iba a desvanecerme frente a ellos al admitir en voz alta el único argumento capaz de apagar a mi cerebro.

Estaba resentida por lo circunstancial, por la indirecta, pero considerable porción de culpa que ella cargaba y, aun así, tenía claro que no era suficiente para arrancarla de mi corazón.

No quería hacerlo. Estaba asustada, triste y, en una pequeña porción, esperanzada. Iba a superarlo y sería más sencillo con ella a mi lado.

—No me metas en problemas—pidió Rhodes, desviando su mirada entre mamá y Josh—. Además, estoy de acuerdo con ella.

—Yo puedo llevarla—propuso River, como siempre, sin miedo a ser el rebelde de los tres.

—Quiero que me lleve Rhodes—aclaré, sin dejar de verlo—. Además, ¿Vas a actuar como si no lo entendieras muy bien?

Caminos Separados (D&K2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora