13 - Es una mala idea ¿No?

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De saber que el plan de Ian se ejecutaría mucho antes de que yo recorriera los primeros dos pasos, no habría gastado dinero en un conjunto que, de seguro, nunca ocuparía.

También habría sido un poco más realista ante el irrevocable hecho. Ni en tres meses o en tres décadas me haría inmune a esa mujer. Ella era mi talón de Aquiles, Kriptonita y cualquier otra expresión existente para la más grande de las debilidades.

Pensé que con un beso tendría suficiente, pero era como darle una pequeña mordida a tu golosina favorita sabiendo que queda bastante oculta en la alacena y sólo tú sabes cómo encontrarla.

Con eso en mente, mantuve mis dientes a raya mientras la besaba, entregándole toda mi estabilidad a la superficie de granito del lavamanos, lugar que ella escogió para que fuera mi asiento durante su desmedida exploración bajo mi vestido.

Para desgracia de ambas, esa tarde yo llevaba pantis. Deborah a veces las jalaba con resentimiento, haciéndome reír en medio de los besos, teniéndome al borde de rogarle que sólo las rasgara de una maldita vez.

Pero no tuve la valentía de vociferarlo. Tampoco mi segunda idea, esa que implicaba irnos rápido a su departamento, antes de que yo me acobardara o intentara pensar en todas las consecuencias de ese fugaz encuentro.

Sería muy autocrítica...después, cuando acabara. De preferencia, literalmente.

En ese instante, todo mi mundo cabía en el baño de un restaurante. Ágil y apasionada, dejaba mis labios sólo para probar mi cuello y jadear cada vez que intensificaba el nudo que hice con mis piernas alrededor de su cintura.

Pero se estaba conteniendo demasiado, un comportamiento que ganó con tantas restricciones de mi parte. Yo fui quien la acostumbró a que necesitara permiso para todo, incluso cuando no quería ser tan respetada por ella.

Eso fue hace meses y me sentía lo suficientemente diferente como para demoler los muros que yo misma levanté.

Con tal de no romper el beso, me deslicé cuidadosamente hasta bajar del mueble. Todavía pegada a ella, llevé sus manos hasta la frontera entre mi piel y ropa interior. Y, en caso de que no estuviera entendiendo la indirecta, se lo aclaré:

—Hazlo—susurré en su oído—. Sólo...házmelo.

Una de las primeras cosas que aprendí de Deborah fue que la luz verde no sólo significaba avanzar, sino que también acelerar a fondo.

En un suspiro bajó mis pantis y, junto con ellas, mis bragas. Yo no alcancé a decir que fuera un poco más lento, sólo gemí ante la anticipación, primero bajo y pausado, luego fuerte e incesante al sentir su mano derecha subir lento entre mis muslos.

En el reflejo, vi mis mejillas volviéndose rojas porque, por primera vez, los dedos de alguien más recorrían mi entrepierna completamente expuesta. Deborah se encargó de mirarme en cada movimiento, amenazando con hacerse paso en cualquier segundo.

Sus labios se glorificaban en una sonrisa al sentirme tan húmeda en tan poco tiempo, mas no hizo nada aparte de esperar.

Me esperaba a mí, la más ligera inclinación de caderas le serviría como señal suficiente para entrar de una buena vez.

Y yo lo deseaba tanto. Mi cuerpo se retorcía ante la necesidad de sentirla dentro de mí.

—No puedo—susurré apenas—. No...así. No aquí al menos.

—Lo imaginé—sonrió y, con la mayor calma del mundo, se inclinó para subir mis bragas y pantis—. No te preocupes.

—No estoy preocupada—mentí mientras arreglaba mi cabello.

Caminos Separados (D&K2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora