11 - Juego de niñas

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Durante la madrugada del diez de noviembre, Julia trajo al mundo a mi primera sobrina. Yo estaba encantada con verla a través del vidrio y sonreírle como si fuese a ganar algún gesto de su parte cuando todo lo que hacía era dormir.

Era hermosa, a pesar de seguir rosada e hinchada. De seguro cargaba los mejores genes a ambos lados. Mamá juraba que tenía su nariz y, en ese punto, yo podría decir que al menos tenía su firmeza representada en un puño apretado.

La llamaron Lily, un nombre que brotó de los labios de Rhodes apenas la vio. Los demás nos sorprendimos porque el matrimonio tenía un listado con nombres de abuelas y tías en ambos árboles familiares, sin ninguna flor en ellos.

Pero Julia dijo que sí, era Lily. Simplemente lo era. Yo también podía verlo a través del vidrio, casi como si pudiera ver su futuro o ya la conociera.

Toda la familia se regocijó con café tibio y galletas de máquina dispensadora, un pequeño paraíso en ese pasillo pulcro con aroma a alcohol etílico. Compartir ese momento fue como despertar de una larga y placentera siesta. Los instantes que duró, fui libre del drama.

Pero todo se derrumbó cuando me tocó darle las felicitaciones a Rhodes.

De golpe, vi el rostro de Deborah, recordé ese secreto que compartió y que, desde entonces, yo ni siquiera podía repetir en voz alta. Estrujaba mi estómago y me daba náuseas cada vez que estaba en la presencia de Rhodes, motivo por el que llevaba ignorándolo las últimas semanas.

Debía enfrentarlo sin arruinar ese momento para los demás, ser sutil y llegar ahí con el mismo cuidado que tenía la enfermera cargando a Lily para llevarla con su madre.

Rhodes y yo miramos atentos la escena, uno más ansioso que el otro.

—Debe ser una gran presión ser padre, en especial de una niña—comenté—. ¿Imaginas que algún tipo se sienta capaz de lastimarla?

Bueno, no fue la forma más cuidadosa y sutil. Fui bastante directa y él no lo pasó por alto.

—¿Qué quieres decir realmente? —preguntó—. Lo que sea que Deborah te haya dicho...

—¿Qué podría decirme? —fingí demencia y sonreí, al fin viéndolo de frente—. Mamá dice que sólo te metió en problemas en la universidad y que tú, como siempre, fuiste la víctima.

Me desvió la mirada y, antes de que yo continuara mi interrogatorio pasivo, lo vi poner los ojos en blanco. Fue un gesto tan simple e innecesario que demolió mi plan de esperar que él confesara.

—¿Qué pasó entre ustedes? —busqué su mirada, pero me evitó cada vez—. Porque créeme que no quiero creer que...

—Era mi novia—confesó, ligeramente avergonzado.

Yo ni me lo esperaba así que dejé de respirar durante un par de segundos. Dicen que la curiosidad mató al gato...y es cierto.

—Tranquila—dijo tras interpretar mi estado catatónico—. Sólo fui uno de sus intentos de...no sé, encajar. Sé que ahora parece una mujer sumamente segura de sí misma, pero no era así antes de los veinte. Era...una eterna adolescente con miedo a ser diferente y no ser querida. Y yo...yo era un buen trampolín para disimular y encajar.

—Ella dijo...—aclaré mi garganta y sacudí mi cabeza—...dijo que tú intentaste hacerle...algo.

Cerró los ojos unos instantes y pareció agotado, incluso adolorido. Pensé que se vendría un discurso para desmentir eso, pero asintió con pesadez, sin regresar la mirada.

—No es excusa, lo sé, pero estábamos ebrios y...habíamos hecho algo por ella—tardó en continuar, inusualmente desconfiado en mi presencia—. Tenemos una historia un poco jodida y medianamente larga con Deborah, Joe y Allison.

Caminos Separados (D&K2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora