19 - Los ángeles ponen los ojos en blanco

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Para ser alguien que pasó toda su vida odiándose a sí misma por mantener un secreto, disfruté bastante de salir a escondidas con Deborah.

Ella consiguió chips de prepago para las dos, también creamos códigos y básicamente un lenguaje secreto para organizar citas y renombrar lugares para reunirnos. Durante el año nuevo, incluso usamos pelucas.

Deborah se lo estaba tomando muy en serio y yo me reía porque todo me parecía una exageración.

Lo fuera o no, servía para que ella dejara los rodeos y se atreviera a responder a la mayoría de mis preguntas. También se esforzó en sobremedida para que la perdonara por algo que pasó cuando no estábamos juntas y que, de pasada, ni siquiera recordaba.

No podía negar el mal sabor que dejaba en mi boca sólo pensarlo. Al menos no gasté promesas vacías al decir que aplicaría el "perdonar y olvidar". No estaba en ese punto de madurez todavía, así que sólo apretaría mis dientes cada vez que las viera juntas.

De lo que sí estaba segura era de que el esfuerzo valdría la pena.

El tiempo que pasábamos juntas era de calidad, pero demasiado corto para mis estándares. Tampoco podía aceptar el frío del invierno cuando cada hora con ella se sentía como tomar el sol en la arena poco después de haber nadado en aguas saladas.

Y no podía quejarme de lo contradictorio que resultó todo cuando nosotras tampoco éramos las más consecuentes del mundo.

Éramos estafadoras mintiéndole a todos, sólo encontrando calma para nuestras consecuencias al saber que al menos no nos mentíamos la una a la otra.

—Es arriesgado—concluyó Theresa una vez que les conté—. Además, pareciera que a ustedes les prende el peligro de alguna forma.

Reí porque no tenía cómo negarlo.

—A mí me sorprende que no cuestiones el porqué de Deborah para seguirle la corriente y no levantar una demanda por acoso—Ian se recostó en su silla y cruzó miradas con Theresa—. Haz lo tuyo, maldita sea. Se supone que eres la sensata y el policía malo.

—El romance de estas dos acabó con todas mis reservas de sentido común—Theresa le dio un sorbo a su latte y me miró de reojo—. Katherine sabe que debe tener cuidado esta vez porque la chica es peligrosa.

—Estoy segura de que están exagerando—susurré, adelantándome al regaño.

—¿Qué parte de "usaría sus llaves como manopla para destrozarte la cara" no entendiste? —suspiró audiblemente y negó—. Lo que sea que tenga a Deborah tan amordazada debe ser importante, así que no juegues con fuego, Katherine.

Me enfoqué en mi café mientras ellos proponían teorías para responder a la única pregunta que Deborah todavía no respondía—según ella—por mi propio bien.

¿Qué le ofreció Oksana para tenerla cumpliendo su parte?

Yo intentaba no pensarlo porque, por primera vez en esos siete meses de conocerla, no tenía idea qué podía estar pasando por su cabeza para hacer tratos tan intensos con una desconocida.

¿Siete meses de conocer a Deborah? No tenía idea de cómo se sentían como siete años y siete segundos al mismo tiempo. Era un aterrador y mágico sentimiento, el mismo que me tenía aferrándome a la esperanza.

No quería creer que ella me estaba mintiendo u ocultando detalles vitales. No estaba segura de poder sobrevivir a otra decepción de las suyas porque tampoco sabría si esta vez sanaría en tres meses o tres años.

Y, como si supiera de algún modo que estaba cuestionándola, me llegó uno de sus mensajes.

Roma está libre por tres días completos.

Caminos Separados (D&K2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora