2 - Dulces placebos

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Tardé un par de días en convencerme de que Katherine Mendler no fue más que un capricho.

No estaba enamorada de ella. No era amor. Eso que me tenía desviviéndome no era nada más que una crisis causada por estar cerca de los treinta y escuchar tantos discursos respecto a sentar cabeza y madurar.

No necesitaba un romance para eso. Me hice adulta antes de tiempo, tenía una familia que me quería y necesitaba y que, en ese momento, podían ayudarme a superar la recaída.

O al menos eso creí.

Sellé la paz con Allison, me volví una figura presente y estable en el día a día de Cody, veía atisbos de sanación en la relación con mi padre y, a pesar del altercado sangriento con Leticia, no perdí mi trabajo ni terminé tras las rejas.

Tenía todo otra vez y, aun así, algo faltaba.

Viajé en el tiempo, directo a esa época en que me tumbé en el césped más verde, bajo cielos despejados y el vago recuerdo de una larga tormenta que no se iba a repetir.

Ahora estaba tumbada en el mismo césped, pero la lluvia caía sobre mí sin piedad. Perdí a alguien que realmente quería conservar. Fue amor y por eso dolía tanto. Quería, pero no podía escapar de eso.

Cada noche me perdía en senderos dentro de mi propia mente, probando cada desviación en ellos para ver si en alguna de ellas encontraría a Katherine. No me importaba si era un recuerdo o el sueño de algo que ya no sería: era suficiente para mí.

Despertaba odiándome por buscar consuelo en mi inconsciente, el único lugar en donde no me costaba admitir que la amaba tanto como para permitir el dolor.

Luego no podía verme al espejo sin sentir vergüenza por mi propia ingenuidad. ¿Acaso no había aprendido lo suficiente en veintisiete años? ¿No lloré y sufrí lo suficiente por traiciones de parte de quienes "me amaban"?

Suponía que eso era lo que más me llenaba de rabia. No me importaba el dolor ni lo que tendría que enfrentar para superarla: odiaba pensar que esperé tanto de ella cuando ni siquiera pudo decir que me amaba.

Y que yo fui tan ingenua para decírselo.

—Me lo merezco—concluí con la vista al frente, perdida en el lugar en que el limpiaparabrisas se detenía para volver a bajar con convicción—. ¿Qué me hizo pensar que era la excepción? ¿Por ser ridículamente atractiva? ¿Por mi exquisito sentido del humor? ¿Por ser una excelente amante? ¿Por...?

—Por ser humilde definitivamente no—intervino Joe.

—¿Será eso? —me giré para verlo ahí, exagerando el frío y envolviéndose en su bufanda—. ¿Me faltó humildad? Sabes que lo intento y no puedo. Sólo no me sale. Soy demasiado consciente de que soy la mejor en todo.

A pesar de que la bufanda cubría su boca, podía reconocer su risa mucho antes de que sus hombros se sacudieran. Sabía que no estaba en el mejor de sus ánimos y ahí estaba, para mí, como siempre.

—No creo que sea un tema de merecer y lo sabes—susurró, calmado como siempre—. La situación era complicada para ella. Sabías que no estaba lista para salir del armario y tampoco ayuda que te hayas revolcado con medio mundo, incluyendo su hermano mayor.

—No me revolqué con Rhodes y lo sabes.

Alzó sus cejas con ingenuidad antes de tensar la mandíbula y asentir con desagrado. Nunca hablábamos extensamente del tema, pero sabía muy bien que mi pasado no sólo me atormentaba a mí.

Su incondicionalidad me favoreció más de una vez. A él lo arruinó y seguía ahí, intentando convencerme de que no existía una suerte de maldición sobre mí.

Caminos Separados (D&K2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora