18 - Los demonios lanzan los dados

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Antes de vivir en la más celestial de las vísperas navideñas enfrenté el más peligroso de los infiernos.

Vi al diablo emerger desde el segundo en que Katherine le jaló el cabello y se negó a soltarla a pesar de los esfuerzos de Theresa y míos.

Por unos instantes, y basándome en mi experiencia, pensé que luego de un tira y afloja de minuto y medio todo se calmaría, pero me equivoqué al creer que tenía experiencia con chicas como Oksana.

Ella ni siquiera intentó regresarle los jalones de cabello, mucho menos gritó por ayuda o como resultado del dolor. En medio de la batalla femenina, vi el manojo de llaves en su mano derecha y la forma en que pasó cada una de ellas por los espacios entre sus nudillos.

No esperé que su impulso alcanzara alturas letales, sólo me posicioné detrás de ella y la jalé de las muñecas hasta dejar sus brazos inmóviles en la parte baja de su espalda. Eso no evitó que se sacudiera con más fuerza de la que imaginé que podía cargar un cuerpo como el suyo y que, por poco, no pude contener.

Para la suerte de Katherine, tenía a su amiga ahí, que fue de gran ayuda a la hora de separarlas y también para juzgarme con la mirada porque también se dio cuenta de lo que Oksana estuvo por hacer.

Yo no podía dejar de pensar en ello mientras manejaba y mi mano izquierda temblaba ante la idea del daño que pudo causarle a Katherine si nadie más hubiese estado presente en ese estacionamiento.

Tampoco sabía cómo sacar el tema sin insultos de por medio. No ayudaba que Oksana dejara de pestañear con tal de ver su reflejo en el diminuto espejo del parasol segundos después de sacar un mechón que colgaba en su cabeza.

Literalmente, estaba fuera de sí y, cuando abrió la boca, pensé que saldría un grito largo y agudo al estilo Regina George, pero obtuve tanta serenidad que me estremeció casi tanto como lo que dijo.

—La voy a matar.

Debí reír o decir que exageraba, pero mi voz temblorosa me habría delatado.

—La buscaste—dije en su lugar—. No podías esperar menos.

Alzó su ceja izquierda y, muy lento, ladeó su cabeza para verme.

—Tú la buscaste —sonrió y negó con tanta paciencia que me confundía—. Mantén a la gorda fuera de mi camino porque la próxima vez...

—¿Vas a enterrarle las uñas en la yugular? —detuve el auto segundos antes de que la luz se hiciera amarilla y me ladeé lo suficiente para que ella me viera sin dificultad—. ¿Qué mierda pasa por tu cabeza?

—Necesitaba liberarme...

—No me engañas—le di una mirada meticulosa y volví a negar—. Hay algo sumamente retorcido en ti y me importa una mierda el trato que tenemos si eso implica que mis seres cercanos estén en peligro...

—Es tu ex, Deborah—sonrió como si fuese gracioso. Medio segundo después, sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Por qué insistes tanto? No te quiere por lo que eres...

—¿Tú qué mierda puedes saber?

—No olvides que sé mucho más que ella—me recorrió con la mirada y sonrió—. En todos los sentidos.

—¿Y por eso debería amarte... a ti? —solté una risa y aceleré—. No empieces a creer tu propia mentira, Oksana. Tú y yo somos una farsa y apenas caiga la última helada, vas a desaparecer de mi vida así...

Chasqueé mis dedos frente a su nariz y, sin verlo venir, ella enterró sus dientes en el espacio entre mi pulgar e índice hasta hacerme gritar y casi estrellarme contra una farola. Sólo entonces me soltó.

Caminos Separados (D&K2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora