23 - Estigma escarlata

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Theresa manejó más imprudente que nunca y, estaba segura, no lo hacía por el drama. Era por mí, sentada en el asiento de copiloto, mordiendo mis uñas y exigiéndole que adelantara mientras esperaba que Deborah contestara alguna de mis llamadas.

Yo estaba llena de advertencias sobre no ir a su departamento. Me dijo que era por mi propia seguridad. Bueno, no podía recibir consejos de una mujer que estaba planeando participar en una carrera ilegal y que, para variar, no contestaba el maldito celular.

—Espera aquí—demandó Theresa una vez que bajamos en el estacionamiento.

Iba a protestar, pero a empujones me llevó a ocultarme junto al maletero de su auto. Antes que yo, ella había identificado a Oksana saliendo apresuradamente del ascensor y, para mi sorpresa, no dudó un segundo en caminar en su dirección.

Apenas asomada, las vi encontrarse. Segundos antes de ver su rostro, Oksana parecía frustrada, pero al reconocerla no tardó en ponerse a la defensiva y fingir una calma innecesaria y muy poco creíble.

—¿Qué se te perdió ahora? —le dio media sonrisa e intentó, sin éxito, pasar de ella—. No tengo tiempo para ti, krasivyy.

—Pues tendrás que darme un poco—al lograr su cometido, Theresa continuó, más suave esta vez—. ¿Qué diablos está pasando? ¿Carreras clandestinas? ¿Acaso tu hermano sabe que aquí hay leyes?

—Aquí, en Rusia, en donde sea, poco le importan—respondió—. ¿Te envió la Santísima Virgen Katherine? De ser así, en verdad debes conseguirte una vida...

—Mira quién habla—se burló Theresa.

Antes de que se batieran a duelo, yo di un salto por el susto de tener a alguien inclinándose a mi lado.

Era uno de los rusos, evidentemente. Tenía la altura, apariencia de modelo y la seguridad palpable de su hermana. Sin embargo, él parecía más relajado, como si tuviera algo de sentido del humor.

Lo demostró al llevar su índice a sus labios y señalarme que mantuviera silencio, como si jugáramos al escondite más retorcido de mi vida.

—¿Quién eres, preciosa? —preguntó a centímetros de mi oído—. Dime que no eres del montón de lesbianas.

Lo miré frente a frente y asentí con orgullo. Él hizo un puchero, imperturbable, divirtiéndose con mi actitud.

—Una lástima para mí—sin tardar más, se puso de pie y me miró hacia abajo. Pareció disfrutar la posición durante unos segundos y luego caminó hacia el caos, tan despreocupado que no cumplía con el imaginario que Deborah construyó para mí.

En ese punto, Theresa y Oksana habían llevado la discusión a las miradas asesinas que fueron interrumpidas por el ruso, que le recordó a su hermana que debían apurarse si querían librar a Adrian de su propia estupidez.

Antes de que se fueran, Theresa preguntó por Deborah y, como era de esperarse, la ignoraron por completo. Ella regresó a mí más malhumorada que antes, arrastrando maldiciones y llegando incluso a patear uno de sus neumáticos.

—No sé qué se traen entre manos, pero al parecer tiene un hermano peor que otro... y es con ese con el que Deborah se metió en problemas—suspiró ya rendida y dándose ánimos de quién sabe dónde—. No debería sorprenderme.

Iba a volver a llamar cuando, al sacar el celular de mi bolsillo, encontré el papel con la dirección que Constanza apenas me había dado hace una hora, cuando me pidió que llevara a Deborah de regreso a "casa".

Theresa y yo compartimos una mirada y llegamos a la misma decisión. Estábamos contra el tiempo. Faltaban menos de seis horas para la medianoche y si seguía buscando ayuda debía asegurarme de que fuera certera.

Caminos Separados (D&K2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora