Love Story ; hopev.

39.

Dicen que cuando estás a punto de morir, recuerdas todo lo que has vivido hasta ese trágico momento, donde tu cuerpo se queda inerte y tus ojos pesan tanto que no puedes hacer más que cerrarlos y entregarte a la muerte. Minseok siempre había visto la misma escena en sus compañeros caídos, cuando decidió pertenecer al ejército durante un tiempo, en los niños del orfanato que decidían morir por sí mismos porque no tenían un futuro bueno, en las personas del pueblo que acudían en su auxilio en reiteradas ocasiones; y, ahora, en sí mismo.

Mientras su inconsciencia iba ganando a sus ganas de vivir, su mirada se fijó en un solo punto: el cielo nublado que poco a poco iba adoptando el color característico del verano. La transición le resultó tan hermosa como dolorosa, porque evocaba recuerdos lejanos de su primer encuentro con Jaeyoon, a quien había considerado su primer y único amor desde que pudo percatarse de sus sentimientos.

Aquel día, con apenas cuatro años, no esperó nada bueno en su visita a palacio, donde las mujeres encargadas del orfanato lo habían llevado para que trabajase con los Kim, en compañía de la omega que se había encargado de cuidarlo sus primeros años de vida. Tuvo miedo de todo lo que rodeaba al palacio y de los cambiaformas que se trasladaban de un lado a otro realizando actividades desconocidas para él. Por un momento, quiso rogarles a las mujeres que lo llevasen de vuelta a la pequeña habitación donde residió toda su vida, pero era demasiado tímido para hacerlo, por lo que continuó siguiéndolas en su recorrido, hasta que se detuvieron frente a un hombre mucho mayor que los recibió con una pequeña sonrisa.

―Él es Minseok ―dijo una de las mujeres―; es el pequeño que vivirá con Sunhee.

El beta fue presentado de manera inmediata al hombre frente a ellos, siendo empujado ligeramente hacia él para que realizara una reverencia. Minseok no supo qué decir cuando el hombre lo inspeccionó de pies a cabeza y evaluó si sería bueno mantenerlo en el palacio, pero se quedó quieto, como le habían indicado antes de viajar hasta allí, con las manos unidas y la mirada baja. No dijo nada, ni se atrevió a realizar movimiento alguno. Solo se quedó allí hasta que la inspección acabó y decidió regresar a su lugar, detrás de sus cuidadoras.

El hombre empezó a enseñarles parte del palacio. En realidad, solo les enseñó la parte trasera de este, donde se encontraba la cocina, la lavandería y las habitaciones de los empleados, pues era el lugar que le correspondía conocer al pequeño beta, quien iba a ser cuidado por una de las omegas de palacio, mientras la ayudaba en algunas de sus labores. Para Minseok, cuya vida siempre había estado condicionada, aquel descubrimiento no le afectó en absoluto, pues amaba servir de ayuda a los demás y deseaba con toda su alma tener a un padre que velase por él, como había visto en la escuela del pueblo, donde las familias no solo se componían de niños, sino también de adultos, quienes cuidaban de sus hijos con una devoción y un amor que él desconocía por completo.

El beta estaba impresionado por la inmensidad del palacio. Todo era demasiado grande y amplio para él, lo que ocasionó cierta admiración en el pequeño, quien, ilusionado, terminó separándose de los adultos y recorrió los pasillos con curiosidad. No supo hacia donde se dirigía, pero continuó su camino, observando cada uno de los cuadros o adornos que se le colocaban de frente. En un momento, llegó a descubrir que se había perdido y tuvo ganas de llorar; se sentó en una esquina, mientras abrazaba sus piernas, en espera de que alguien fuese por él, pero los minutos pasaron y nadie llegaba a verlo. Sintió un miedo rotundo cuando se vio solo y empezó a llorar en silencio, creyéndose abandonado por sus cuidadores mucho antes de conseguir una familia.