Mi amigo, el rubio extrovertido

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Desearía ser como en mis libros. 

Que de un día para otro, mi vida cambie radicalmente y obtenga dones extraordinarios. 

Más fuerza. 

Más riqueza. 

Más inteligencia. 

Más reconocimiento. 

Más, más, más. 

Siempre he querido más. 

Soy un tipo promedio, justamente el cliché del personaje totalmente normal y aburrido. Lo único que falta en mi vida para que se transformara en una de las historias que siempre me han fascinado leer, sería que me mordiera una araña radioactiva o que un mago llegara de un portal místico y me diera poderes. 

O incluso nada muy extraordinario, solo ganar la lotería sería suficiente. 

Pero esta es la vida real. 

Mi día se había limitado a escuchar música y a leer un poco. Estaba descansando mi vista de la luz del monitor pues sentía que mis ojos se derretian. Los huesos de mi espalda volvieron a su lugar al recostarme en mi cama en un satisfactorio dolor, tenía un par de días que no veía la luz del sol, pero eso no me importaba en absoluto. 

—Oye, Seb, ¿Qué es esto?

Y como si él tuviera un radar para cuando tengo tiempo libre, Sam vino a pasar el rato. 

Pero no vino solo. 

—Es un jarrón muy raro…

El pequeño niño castaño sostenía el adorable regalo de cumpleaños que Abigail y Sam me habían dado en una clase de broma. Sus caras se habían puesto rojas tratando de contener sus risitas tontas hasta que finalmente estallaron en carcajadas cuando los miré confundido respecto a ese "raro jarrón". Unos segundos después lo entendí. 

El rubio trató de contener su risa

—Huele a que lo haz usado —se rio entre dientes. 

—Claro que no —lo miré con reprocho. 

La humedad del sótano produce un olor extraño. 

Convulsionando con escandalosas risas, Sam cayó al piso. Ese tipo puede ser fastidioso cuando quiere. Ignorándolo, me senté en mi cama y resoplé. 

—Oye, Vincent, deja eso y mejor pásame ese libro verde del estante. 

Sin cuestionarlo, el niño dejó el jarrón del lugar en el que estaba. No sé cómo lo hace, pero siempre que viene logra encontrar cosas que ni yo mismo recordaba que había escondido. Es demasiado curioso para su bien. 

Vincent me dio el libro con la incredulidad escrita en su rostro, el cual me solía recordar a la de una cría de ciervo con esos grandes ojos nublados de inocencia. Él siempre ha sido un niño muy dócil y amable, producto de la enseñanza de Judi probablemente (sin mencionar que son prácticamente idénticos), mientras que Sam es el reflejo de su padre en sus días rebeldes de juventud. 

La cubierta era de una pasta dura, y a pesar de que las esquinas estaban muy desgastadas y las páginas amarillas por el tiempo guardado, las imágenes seguían igual de vivas que hace años. Dí dos palmadas en el colchón a mi lado, y siguiendo la corriente, él se sentó en un pequeño salto, hundiéndose entre las sábanas. 

—Mira, aquí —dije mientras señalaba una página. 

—¿Ranas?

Asentí con la cabeza. Vincent, ya estando interesado, puso el libro en su regazo, inmerso en las ilustraciones. Algunas veces cuando visito la casa de Sam, le ayudo a buscar ranas en la orilla del río. Me agrada ese niño. 

The Last Raindrop Donde viven las historias. Descúbrelo ahora