"A veces eres muy tonto"

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Desde que soy pequeño he tenido pesadillas. Recuerdo que en repetidas ocasiones, después de un mal sueño, solía ir corriendo a la puerta de mi mamá, temiendo más a la sensación de estar solo que a la profunda oscuridad de los pasillos. Y cuando por fin lograba despertarla de su sueño (lo cual era todo un trabajo), ella me hacía espacio en la cama y me permitía continuar durmiendo a su lado. Ese era mi lugar seguro. 

Conforme fui creciendo las pesadillas únicamente fueron aumentando. La mayoría de ellas las suelo olvidar al instante, pero siempre conservando una inquietud punzante en el pecho al levantarme. Sin embargo, he aprendido a vivir con esto. 

Creo que esa noche soñé con el típico derrumbe… ¿O era el abismo sin fin? No lo sé con seguridad, pero lo primero que escuché al despertar con brusquedad fue un fuerte jadeo que no era mío. Me incorporé con rapidez, encendí una lámpara cercana al sofá y miré alterado a la figura frente a mí: Hannah sostenía mi frazada azúl en sus manos, estremecida de la sorpresa y con los ojos bien abiertos. 

—¿...Hola? —me demoré en articular. 

—Se te cayó —dijo refiriéndose a la frazada—. Quería ponértela.

Ya con sus motivos aclarados, me rasqué la cabeza, desorientado. Sin duda le había dado un gran susto, pero de todas formas tomé la tela azul de sus manos.

—Gracias… —balbuceé—. ¿Qué hora es?

—Casi las 7. Oye, en serio duermes como muerto.

—...¿Eh?

Ahora estaba mucho más confundido. Era demasiado temprano como para que mi cerebro funcionara de manera correcta. Ni siquiera había tenido mi café matutino, ¿cómo querían que pensara de manera coherente?

—Sí. Tengo una alarma a las 6 AM, y como no encontraba mi teléfono, tardé mucho en desactivarla —y añadió burlona—: Pero tú no te despertaste en ningún momento. 

—Sí, bueno, no suelo levantarme a esta hora —admití dando un gran bostezo y me detuve un momento a observar su persona: cabello alborotado y su cara ligeramente marcada por la almohada. Y entonces realicé que de verdad ella había pasado la noche aquí. 

Me levanté con lentitud y encendí el interruptor del sótano, haciendo que finalmente todas las sombras fueran esclarecidas por la luz. Volví a sentarme y Hannah me imitó, pero quedamos a lados opuestos del sillón. 

—¿Descansaste bien? —preguntó con suavidad—. Perdón, me quedé dormida y tú tuviste que…

—Dormí bien —repliqué sin dejarla terminar del todo—. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes?

—Me siento mucho mejor. Me duele todo el cuerpo, pero creo que es normal —rio lentamente, inocente y cansada. 

—Deberías ir a ver a Harvey cuanto antes —dije y ofrecí unos instantes después—: Yo puedo llevarte.

—Gracias, pero primero tengo que ir a ver cómo está Cody —dijo, y por mi parte había olvidado por completo a su perro—. Debe de estar hambriento…

Y entonces un pequeño gruñido provino de sus entrañas.

—Y supongo que tú también.

Su rostro se incendió ya sea por mi broma o por el rugido de su estómago, pero de inmediato se abrazó a sí misma y se derritió de vergüenza.

—Cállate —musitó en un hilo de voz.

Me burlé de ello en el interior, pero después de meditarlo un poco, llegué a una duda razonable y a una respuesta muy obvia: Ella de verdad estaba hambrienta.

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