El fondo de la botella

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El aroma de la comida recién hecha asaltó mis sentidos apenas crucé la puerta. La construcción con paredes de ladrillos desgastados por los años estaba llena de gente como era costumbre en las noches de viernes. Yo seguí el familiar camino hacia la sala de juegos sin dirigirle la palabra a nadie, típico de mi rutina semanal, a fin de encontrarme con Sam y Abigail. 

Y en los últimos meses, alguien más. 

La pequeña habitación se veía un poco más llena por la presencia de una nueva persona. Después de largas noches sin dormir tratando de encontrar el código mal ingresado, me despedí (al menos por ahora) del señor Young, lo cual me causaba un inmenso alivio, porque a pesar de que me guste el dinero, de verdad echaba de menos convivir con ese par de tontos. Esa tarde estaba extrañamente entusiasmado, como si algo muy bueno fuera a pasar o estuviera esperando este momento desde hace tiempo. Todos estaban rodeando las radiantes máquinas de videojuegos, pero me recibieron al instante. Las botas de combate de Abigail resonaron por el piso mientras se acercaba para atacarme en un no tan sorpresivo abrazo al igual que Sam, pero Hannah se quedó a un par de pasos a la distancia mientras me saludaba levemente con la mano, a lo cual me esforcé por corresponder apenas logrando mover los brazos del fuerte agarre. 

—Miren quién es —habló divertida Abigail—. Pero si es el señor "Tengo trabajo que hacer". Pensé que estabas muerto —me dio una fuerte palmada en la espalda de la cual me quejé. 

—Los vi el martes —me defendí con una pequeña sonrisa. 

—Pero pudiste haber muerto el miércoles —replicó de manera inmediata. 

Seguimos argumentando en nuestra pelea sin sentido hasta que Sam nos interrumpió. Él no es un tipo al que le guste los conflictos aún a pesar de que no sean serios; es por eso que intervino de una manera débil para llamar nuestra atención. 

—Iré por las bebidas —comentó el rubio a la vez que apuntaba hacia la barra sonriendo incómodamente—. Hannah, ¿puedes…? —no terminó lo que iba a decir pues la chica de cabello ondulado lo captó al instante. 

Ella pasó a mi lado en silencio, únicamente dedicándome una tímida sonrisa. Yo la imité sintiéndome tontamente feliz y burbujeante, pero a juzgar del el rostro de Abigail, que era una mezcla entre la sorpresa y la comprensión, ese sentir se tatuó en mi frente, pero a diferencia de lo que yo me esperaba, no lo mencionó para nada. 

—Oye —me llamó—, ¿no te lo hemos dicho? Sam ya tiene una fecha reservada para el concierto. 

—...¿Qué?

Me esperaba todo menos eso. 

—¿Por qué no me lo dijeron? —reclamé, no porque me molestara, sino porque estaba confundido. 

—Sucedió de repente —se encogió de hombros—. Hannah nos ayudó. Es increíble que una chica tan tierna sea aterradoramente buena en los negocios. El tipo estaba temblando —recordó con una media sonrisa. 

La imagen flotó por mi mente. Y se me hizo casi imposible imaginarme a un conejito asustado siendo intimidante. 

The Last Raindrop Donde viven las historias. Descúbrelo ahora