Dulce muerte

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Todos tenemos días buenos y días malos. Momentos en los que te alegras de existir y otros en donde deseas que todo desaparezca, o en su defecto, ser tú el que lo haga. Últimamente no había tenido días excelentes, pero había mantenido mi cabeza lo suficientemente ocupada como para que no sobrepensara las cosas. El trabajo en la granja es de gran ayuda. 

El día que por fin me animé a leer la carta que me envió mi padre fue algo así como el gris. Recuerdo que me senté en el borde de mi cama y repasé con cuidado cada oración, dando mi mejor esfuerzo por conectar cada idea. Era irreal y mis pensamientos eran borrosos. 

Solo permanecí sentada un largo rato hasta que de alguna forma recuperé la noción del tiempo y me alisté para ir a la taberna con los chicos. Mi atención no estaba en ninguna parte pero me esforcé por mantenerlo lo más normal posible. 

Como si nada pasara y la carta no existiera. 

Y hubiera permanecido así el mayor número de días posibles si no me hubiera emborrachado. 

E inevitablemente, derramé todo lo que me estaba ahogando.

Tengo un conflicto interno con aquella noche, y es que una gran parte de mí quiere desecharla. Convencerme de que estaba tan ebria que la olvidé. Mandarla al exilio de mis memorias con el propósito de no causarme más pena ajena de mí misma. Pero otra muy pequeña la atesoraba como algo muy valioso y preciado. 

Por lo tanto, desde entonces había mantenido la cordura refugiándome en cualquier tipo de actividad, porque además, nunca había visto el valor del dinero hasta que me fue escaso. A veces me reunía con los chicos y hacían de mis días grises buenos días, pero eso involucraba ver a ese lindo chico de cabello similar al plumaje de un cuervo, un peligro total para mi ritmo cardíaco; por lo que intentaba bailar entre verlo y evitarlo lo más posible (aunque siempre terminaba cediendo a mis deseos de sentirlo cerca de mí).

Porque cada que miro su rostro me transporto a aquella noche en mi cama en donde su calor me cubría y mis lágrimas se derramaban. Un torbellino de emociones juntas. 

Así que no solo me enfrascaba en el trabajo para no pensar en la salud de mi mamá y afrontar el hecho de lo terriblemente cobarde que era por todavía no haber intentado comunicarme con ella, sino que también tenía que lidiar con un tipo que me hace tener mariposas revoloteando en el estómago. 

Sebastian había sido muy comprensivo. Más de lo que hubiera esperado. No suele tocar el tema directamente, sino que más bien me distrae del dolor. Es como una droga que me lleva lejos de las preocupaciones momentáneamente con pláticas tontas por mensajes y sin presiones. Nunca habría adivinado lo mucho que necesitaba eso. 

Y nunca habría adivinado lo mucho que me gustaría recibir esa clase de atención. 

Inevitablemente ahora era una persona especial para mí y quería demostrárselo de todas la formas posibles, lo cual terminaba siendo un problema, pues la mermelada ya no era suficiente. Estaba segura de que él ya se había percatado de mis sentimientos, y demonios, muy en el fondo albergaba la esperanza de que él compartiera mi 'interés especial'. Era un presentimiento que rezaba que fuera cierto, porque ahora en lo único que pienso es en el calor de su mano entrelazada con la mía y en lo tierno que es, y sin poder controlarlo, me embarga una necesidad de abrazarlo. Simplemente tenerlo cerca de mí y tocarlo. 

The Last Raindrop Donde viven las historias. Descúbrelo ahora