"Hola"

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—Ufff… Ese fue el último.

Yo y la mujer de cabellera pelirroja recogida a la cual llamo mamá, estábamos exhaustos por el trabajo que habíamos estado realizando desde temprano en la mañana. Tal vez más yo que ella. 

Desde que era pequeño he colaborado en la carpintería con mi mamá. Ella me enseñó los tipos de madera, herramientas, a hacer planos, cortes…, creo que le debo a ella mi gusto por crear cosas.

Mi mamá ama su profesión; ella podría hacer cucharas de madera todos los días y nunca se cansaría. Durante años ha sido la carpintera del pueblo por excelencia, siendo reconocida por sus magníficos trabajos y gran dedicación, aunque por supuesto, no siempre fue así. Mis abuelos nunca apoyaron a mi mamá, por lo que se mudó a Pueblo Pelícano junto a su novio apenas cumplió los 18, para así dedicarse a lo que a ella le gustaba.

Estoy seguro de que nada salió realmente como ella planeaba, pero siempre me ha dicho que no se arrepiente de absolutamente nada, en especial de mí. 

—Bien —se sacudió los restos de polvo que cubrían sus guantes—, empecemos con ese trozo de ahí. 

—¿Qué es lo que harás? —pregunté quitándome la gorra que traía puesta para limpiarme el sudor de la frente. 

—Parece que la cabra de Marnie está preñada y ella quiere expandir el corral —sus manos se movían hábilmente por la cobertura de madera, estudiándola con cuidado y asegurándose de que fuera del ancho adecuado. 

Estábamos teniendo esta conversación en el taller de mi madre. Ese lugar repleto de madera, herramientas y aserrín acomulado. Puede que ella sea muy meticulosa con sus proyectos, pero la limpieza nunca ha sido su fuerte. De eso se encarga Demetrius. 

—Pensé que no tenía dinero —confesé. 

—Yo también, pero bueno —tomó su sierra y cortó la madera con un movimiento que iba y venía—, no creo que Lewis le dé de los impuestos del pueblo para pagarlo —bromeó ella y se rio de su propio juego. 

—Si…

No creo. 

—Estoy cansado —suspiré dramáticamente contra la pared. 

—Oh, vamos, cuando eras niño tenías mucha más energía que esto. 

Es cierto, de niño podía estar corriendo por todos lados, escalando, cayéndome, y levantándome todo el día y sin parar; o al menos así era hasta que crecí un poco más y conocí el maravilloso mundo de lo ficticio y la comodidad de la soledad. Y de esta manera, eventualmente perdí el interés en la realidad, pues a mi parecer, ya había visto y conocido todo en este valle. 

—No todos tenemos una fuerza brutal como la tuya —suspiré irritado. 

—Hah, vamos, cuando Maru me ayuda no se queja… o al menos no tanto como tú. 

—En ese caso le hubieras pedido ayuda ella —refunfuñé molesto girándome contra los estantes para tomar algunas piezas de madera. 

The Last Raindrop Donde viven las historias. Descúbrelo ahora