Dejarse llevar

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La arena quemaba las plantas de mis ahora muy sensibles pies, el viento salado hacía revolotear mi cabello y el ardiente sol picaba mi piel hasta penetrarla.

Sí, estábamos en la playa. 

Los cinco nos abrimos camino entre los habitantes y visitantes tirados en toallas sobre la arena, siendo un poco dificultoso gracias a todas las cosas que cargábamos encima. 

—Parece que la temporada de turismo comenzó —señaló Sam. 

—Desde la semana pasada —añadió la pelirroja cuyo nombre es Penny y que llevaba un traje de baño amarillo claro, muy distinto al negro con tirantes que portaba la peli violeta—. De seguro vienen a ver al gobernador. 

El turismo en el pueblo y en el valle en general se dispara en verano y dura aproximadamente hasta la feria anual en otoño; por lo que naturalmente nuestro pueblo se llena temporalmente

de más gente de la que vive en el área, debido a esto, lugares como la costa estaban más abarrotados de lo usual con más niños corriendo y gritando y más personas refrescándose en el agua o bronceándose. Aunque siendo objetivos, visito la playa exclusivamente en días en los que nadie piensa en salir.  

Después de vagar por la orilla un buen puñado de minutos, encontramos un sitio en donde pudimos tirar nuestras pertenencias. Mi cuerpo dolía un poco por el trabajo físico que había estado elaborando recientemente, pero preferí quejarme para mis adentros y disfrutar de lo único que me podía gustar de un lugar como ese: La enorme sombra que provenía de la sombrilla de playa y la refrescante brisa salada. 

Sam corrió hacia el mar junto a la pelirroja y a Vincent, quien había sido colado a la salida debido a su incesante súplica al rubio, la cual, finalmente dio sus frutos y dio como resultado al pequeño niño castaño salpicando a los mayores con el agua sin alejarse mucho de la costa. 

Ya sea que lo asumieron con antelación o vieron la oportunidad, todos me dejaron a cargo de la pila de mochilas amontonadas y de las otras cosas que no me molesté en revisar. No me quedaba nada más que sobrevivir al intenso calor.

—¿Quieres bloqueador solar?

Y con suerte, a alguien más. 

La chica con el lunar debajo del ojo se había sentado a mi lado y me estaba extendiendo el envase de color anaranjado. Ella había estado cubriendo con la crema sus piernas y brazos junto a su cara, la cual terminó quedando un poco blanca. Me burlé ligeramente por lo bajo y acepté lo que me ofrecía.  

—El hombre que da el clima dijo que estaría soleado, pero el sol está horrible —suspiró Hannah con dramatismo mientras apoyaba sus codos para estirarse a través de la toalla—. No quiero moverme. 

Sus largas piernas se extendieron hasta arrastrar la arena fuera de la sombra, e hice un gran esfuerzo por no mirarlas demasiado. Hannah no usaba un traje de baño, o al menos no libremente. Ella llevaba encima una playera deslavada demasiado grande como para ser su talla y lo suficientemente larga como para ocultar a la perfección sus shorts. Siendo honesto, esperaba que ella usara un traje de baño y se uniera al resto para mojarse, pero después pensé un poco más en esa idea y me sentí como una clase de pervertido. Así que decidí alejar cualquier cosa relacionada a bikinis de mi cabeza por mi propio bien. 

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