La chica dentro de mí habitación

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Entre lo que apenas era visible y lo que con dificultad se distinguía, las piezas se unieron. En un fugaz momento de lucidez saqué mi olvidado teléfono de mi bolsillo y encendí su linterna, haciendo que lo que suponía se volviera verdadero. Muy verdadero. 

—¿Eres tú…?

Hannah. 

No escuché sus palabras. Me volví sordo por un segundo y actué por reflejo. Me faltaba el aire y busqué en su cara lo que sea que me diera una esperanza. Mi teléfono ya había sido abandonado en el césped para este punto. 

—¿Estás bien? ¿Estás herida? No te muevas, por favor, no te muevas.

—Estoy bien… Yo… No estoy herida, sólo tropecé —ella negó cualquier cosa aún desorientada e intentó levantarse, ignorando por completo mi inmensa preocupación. 

—Hannah… —mi voz temblaba porque estaba viendo su piel desnuda llena de moretones y magulladuras menores — Estás sangrando. 

Ella abrió sus ojos con incredulidad y deslizó su mirada hacia su brazo para luego tocar el largo camino color carmín que terminó manchando sus dedos

—Oh…


El camino de vuelta a casa fue más dificultoso de lo que hubiera esperado, aunque era un alivio que la lluvia se hubiera detenido. De un lado cargaba la pesada y bultosa mochila, y del otro tenía a Hannah apoyándose en mí ya que, a pesar de que dijo que podía caminar sin problemas, en los primeros minutos fue muy evidente que era inestable. No hablamos. Tal vez porque nuestras cabezas todavía estaban muy revueltas analizando lo que acababa de suceder porque, al menos para mí, esto había roto mi patrón. Dudo demasiado que mi yo de hace unas horas que estaba desayunando cereal en la cocina esperara que ese mismo día llevaría a una chica herida a su casa en medio de la noche. 

Abrí con gran sigilo la puerta de mi casa como si no fuera mía y le indiqué a Hannah que entrara. Le dije que iría por Maru aunque ella se veía reacia a involucrar a más gente en el asunto. Fui hasta su habitación en la planta baja y traté de abrir la puerta pero estaba trabada, por lo que recurrí con desesperación a una llamada. Nada. 

Había asumido que Maru estaba en casa. Tal vez lo estaba, pero en ese extraño sótano experimentando. Ya no podía contar con ella. Con frustración traté de pensar. Pensar y pensar. Así que me dirigí al baño, saqué el botiquín de primeros auxilios y volví con Hannah. 

—Maru no responde, ¿quieres que llame a alguien más? —ofrecí esta alternativa, pero en realidad no sabía si mi mamá o Demetrius harían alguna diferencia. Ellos probablemente sabían lo mismo que yo. 

—No —negó con la cabeza—. No creo que tenga heridas profundas.

—¿Estás segura?

—Si, creo que sí.

La tuve que ayudar a bajar a mi sótano, y cuando los escalones ya no fueron un peligro, encendí la luz de la habitación. 

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