Es una verdad universalmente conocida que los problemas siempre aparecen frente a tu puerta de entrada cuando menos lo esperas.
En mi caso, era yo contra la puerta de cristal de la cafetería.
Cuando dije que iría a ver a mis padres no tenía ni un plan. Cero. Nada. Así que lo romántico de mi iniciativa se desmoronó cuando entré en el taxi. Al escuchar el sonido de la puerta cerrarse y preguntarme qué dirección debía darle, le especifiqué la primera que se me vino a la cabeza. De todas maneras podía cambiarla en cualquier momento; el embotellamiento vial seguía siendo igual de terrible que siempre incluso en domingo: conductores enfurecidos por ahí, algunos posibles accidentes de tránsito por allá… Todo en sí estaba igual, y creo que eso me gustaba. Me tranquilizaba saber que todavía pertenecía a un sitio.
El taxista que me tocó apenas y dijo nada, lo cual fue un gran alivio; no estaba acostumbrada a platicarle mi vida a los taxistas porque, para empezar, yo era más una chica de metro y autobuses. Además, sabía que si comenzaba a explicarle mi vida a aquel tipo me quebraría antes de llegar al primer semáforo; después él iría con sus amigos taxistas y les contaría la historia de una desdichada ex-abogada-actual-granjera que ahora tenía que volver con sus padres con la cola entre las patas, los mismos que le repitieron hasta el hartazgo que la vida en el campo era difícil en distintos aspectos… Yo, honestamente, hubiera llorado de la risa si el taxista me hubiese contado esa historia. Aún sabiendo que se trataba de mi.
Con los músculos tensos y la cabeza en otra dimensión, me obligué a llamar a uno de mis padres antes de que me arrepintiera y corriera de vuelta a mi granja. Elegí a mi papá. No fue difícil, siempre ha sido más fácil con él.
Llamé pero no contestó. Especulé que posiblemente estaba con alguno de mis tíos atendiendo el negocio familiar de abogados de los Gray. Llevamos las leyes en nuestras venas, ¿lo sabían?
Decidí enviarle un mensaje lo más breve y conciso posible. Vaya, estaba tan nerviosa que las manos me temblaban y solo pude escribir un insípido “Estoy en la ciudad, ¿nos podemos ver en el café de siempre?”
Todo el eterno trayecto me la pasé analizando posibles problemas y resultados… Todo acababa en desgracia, un apartamento incendiado y una viejita perdiendo su peluca. Iba a ser terrible, desastroso. Eso pensaba, pero una parte de mi me consolaba diciéndome que tal vez esta era una oportunidad para arreglar todo lo que dejé sin cuidado en la ciudad.
Todavía estaba a tiempo de retractarme. Lo consideré seriamente por unos segundos y luego lo descarté. Era algo necesario, y si no lo iba a hacer por mi o por mi familia, lo haría por Sebastian. Él me había ayudado y apoyado tanto que retirarme era casi como echar todo eso al caño. No lo podía permitir.
Además, hacerlo se sentía casi como admitir la derrota.
Y yo detesto perder.
Así que por el bien de la relación con mi familia y mi orgullo, dejé que el cinturón de seguridad actuara como camisa de fuerza hasta que llegué a mi destino y no hubo marcha atrás.
Mi papá había respondido con un “Estoy en camino.”
Mi cuerpo estaba tenso como una roca de pies a cabeza, y estaba segura de que el menor de los estímulos me haría reaccionar de inmediato. Era una bomba de tiempo. Estaba en una mesa para dos mirando en dirección a la entrada que en cuestión de minutos atravesaría mi padre. Tenía miles de sentimientos encontrados y aún así tuve que obligarme a tomar el expreso que ordené.
Siempre fui muy unida a mi padre porque él era el divertido, el cariñoso, el paciente… Cosas que a mi mamá se le dificultan, pero nunca le reproché eso. Él me inculcó el gusto por la música y lectura, me enseñó a perderme en mi imaginación. También era un poco indulgente conmigo, mucho más de lo que a mi madre le hubiese gustado. ¿La historia del perro que le conté a Sebastian? Era totalmente cierta. Una tarde en fin de semana mi papá y yo caminábamos directo a la librería más cercana (que, lamentablemente, años más tarde cerró). Hacía frío y él me sostenía firmemente la mano para que mi yo de once no se perdiera entre el caudal de gente que iba y venía. Y entonces lo vi, fue amor a primera vista: un cachorro con patas demasiado grandes para su escuálido cuerpo rebuscando en la basura. Ese pequeño estrujó mi débil corazón y, por más que supliqué, no obtuve el resultado que deseaba.
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The Last Raindrop
FanficLo único que retiene a Sebastian a Pueblo Pelícano es su mamá y sus amigos. ¿Podrá la nueva granjera darle una razón más? Puedes encontrar este fanfiction también en mi cuenta de AO3 bajo el mismo nombre de usuario: JuneonDecember. <3 ~Portada hecha...