Dos fallos, un acierto

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La habitación de Sam era un desastre: Ropa por ahí, latas de refresco por allá. Ese tipo viviría en un basurero si no fuera por su madre. 

Abigail estaba ahí con nosotros ocupando su respectivo lugar en la batería. Desde que la integramos a la banda la tonada de las canciones adquirió un ritmo especial. Se siente bien estar con ellos dos de esta manera, porque cuando se trata de la banda nos podemos entender entre nosotros. Como si hubiera una clase de conexión telepática que compartimos. 

Sin embargo no siempre compartimos una misma idea. 

El problema de hoy era que, al ensayar la nueva canción, a Abigail no le convenció del todo el coro diciendo que no era tan pegadizo como el resto del álbum. Sam no es del tipo que se moleste si critican su trabajo, más bien lo aprecia mucho si viene de uno de sus amigos; pero se podía ver el desconcierto en su mirada ante el solo pensamiento de tener que cambiar la canción. 

Me sentí un poco mal por él. 

Pero siendo honesto, Abby tenía razón. 

—Bien, entonces —el rubio daba vueltas por toda la habitación haciendo movimiento extraños con las manos, tal vez en un intento de atraer la inspiración hacia él— ¿qué tal si añadimos un remix de sonidos? ¿O que lo acompañe un silvido? No, lo tengo… —se posó frente a Abigail con una mirada de un loco al borde de la desesperación en sus ojos. En este punto de seguro ella se arrepentía de haber abierto la boca— ¿Qué tal si tú y yo hacemos un dueto?

—Está bien, es suficiente —espetó ella apartando a Sam y a su sugerencia sin reparos—. No lo haré. 

—¿Por qué? —chilló el rubio a la vez que seguía a nuestra baterista—. Es una canción sobre amor, ¡quedaría perfecto! 

La escena que contemplaba desde mi cómodo rincón lucía sacada de una comedia: El niño caprichoso implorando a su madre testaruda que le comprara un caramelo en la tienda. Ambos cumplían muy bien con sus papeles, pero todos sabíamos que todo estaba en contra de nuestro querido amigo rubio. 

—Eso no importa —respondió Abby— pero lo que no entiendo es por qué incluir una canción como esa, es decir, ¿de verdad queda bien con el tema del álbum?

—¿Creo que sí? —su afirmación sonó más como una pregunta— El tema es amar a la vida, creo que el amor entra en la categoría…

—¿Me recuerdas por qué lo elegimos? Como sea —redirigió la conversación de nuevo a su lugar—, a lo que me refiero es que suena muy plana, ni siquiera parece que tuvieras novia —se cruzó de brazos un poco derrotada. Como si estuviera viendo un callejón sin salida y estuviera analizando cómo saltarlo. 

Las canciones de Sam suelen ser muy enérgicas y llenas de vida, por lo que era difícil que él creara una melodía tan serena como esta, la cual desentonaba en su totalidad con el resto de los títulos. No estaba en contra de que él experimentara con un nuevo ritmo, pero la verdad era que podía ser mejor. 

La habitación se había quedado muda ya que los balbuceos sin sentido de Sam se habían detenido, y no fue hasta ese momento que noté que era la voz del chico la que llenaba el espacio de ruido. 

—N-n-n-n-no, no tengo n-novia.

Eso fue lo único que salió de su boca. 

Su cara estaba hecha un tomate y jugaba nerviosamente con las cuerdas de su guitarra eléctrica, la roja que su madre le regaló hace años. 

Nuevamente el habla abandonó al pobre rubio, cosa que era sumamente extraño tratándose de él. Ver a un extrovertido como Sam actuar tímido es un fenómeno que sólo ocurre en ocasiones determinadas en donde tiene que pasar algo en especial que ponga al sujeto con la guardia baja. Es todo un arte y un reto a la vez.

The Last Raindrop Donde viven las historias. Descúbrelo ahora