No, para nada

216 19 16
                                    

No estaba nervioso. 

Para nada. 

No es como si me hubiera pasado toda la noche anterior dando vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño, tampoco es como si me hubiera despertado al instante con la primera alarma que todos los días dejo pasar debido a que tengo sueño pesado, y no es como si hubiera saltado de la cama directo a la ducha. Y tampoco es como si me hubiera tomado mi tiempo para elegir mi vestimenta cuando usualmente, solo me pongo un pantalón limpio y salgo de mi casa. 

No, para nada.

Fui a la cocina en busca de café, pues es lo primero que me implora mi cuerpo para seguir en pie, y ahí mismo me encontré a Maru. Ella estaba tomando algo del refrigerador, y apenas me acerqué a su lado, ella se sobresaltó como si hubiera visto a un fantasma. 

—¡Yoba, maldita sea, Sebastian, qué mierda, no hagas eso! Yoba, pensé que me daría un paro cardíaco… —farfulló sosteniendo su pecho. 

—Buenos días a ti también —resoplé, alcanzando mi taza de la alacena. 

—¿Qué haces aquí? ¿Que no despiertas hasta el mediodía? —cuestionó sarcásicamente volviendo a lo que estaba haciendo. 

—Voy a salir. 

—¿Un cliente? —sus palabras se oían lejanas debido a que tenía la cabeza metida en el refrigerador del cual sacó un cartón de leche. 

—No. Es un amigo —suspiré mientras me servía mi café. Pude sentir la energía con tan solo percibir su aroma. 

—¿Sam?

—Es alguien más. 

—No mientas, tú no tienes amigos aparte de Sam —vertió la leche en su tazón lleno de cereal, sonriendo burlona—. ¿Ya no hay mermelada?

—Tú tampoco tienes amigos —entrecerré los ojos fastidiado. Ella tenía razón—. No. Ya no hay. 

—Touché —murmuró. 

Me tomé mi tiempo para saborear la cafeína en mi paladar. Tenía que pensar claramente en lo que haría a continuación. Había acordado pasar por Hannah a su granja a las 11 AM, y todavía faltaba alrededor de 2 horas para ello. El camino no era tan largo si usaba un atajo, pero me pregunté qué tan raro se vería si llegaba con tanto tiempo de antelación. Tampoco es como si yo hubiera querido que obtuviera una impresión equivocada y pensara que…

—¿Es una cita?  

Escupí mi café. 

—Qué asqueroso —Maru me vio con desagrado y yo me limpié la boca con la manga de mi chaqueta de mezclilla. 

—¿Qué-? No. No es lo que tú- —balbuceé exaltado, pero me detuve por un momento al ver la cara de Maru y esa sonrisa sabelotodo que le heredó su madre—. No, no, no, no, no. 

The Last Raindrop Donde viven las historias. Descúbrelo ahora