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Aférrate al color de tu día / Siempre estaré cerca para aliviar tu dolor / El hogar está en tu cuerpo

Aférrate al color de tu día / Siempre estaré cerca para aliviar tu dolor / El hogar está en tu cuerpo

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Aquella noche se prepararon cuidadosamente para la excursión al sótano.

Harry encendió las velas, chasqueando los dedos cerca de la mecha para prenderlas. Hacía poco que habían descubierto cómo encender velas con magia. Harry aún no era tan rápido como Tom con eso, pero Tom tenía una afinidad inusual para prender fuego a las cosas, así que no era justo comparar.

Tom envolvió a Harry con una manta y a sí mismo con otra, atándolas con los brazos libres para que no estorbaran. Ya había robado antes la llave del sótano del despacho de la señora Cole.

—¿Crees que podría traer a Moony? —preguntó Harry, mordiéndose el labio.

Tom negó con la cabeza.

—¿Y si se ensucia? ¿O si se nos cae ahí abajo? ¿O lo olvidamos? Moony estará más seguro en la cama —señaló Tom. —Y yo estaré allí, Harry —añadió celoso.

Ya se habría deshecho de Moony si no pensara que le rompería el corazón a Harry. Ansiaba ser la única fuente de consuelo de Harry en el mundo.

Harry asintió.

Salieron de su dormitorio, bajando en silencio los tramos de escaleras, guiados por la luz de las velas.

La respiración de Harry se aceleró cuando llegaron a la puerta del sótano de la cocina. Tom puso dos dedos en la muñeca de Harry y notó que su corazón latía rápidamente.

No tenemos que hacer esto, Harry —dijo Tom.

Harry negó con la cabeza.

Necesito saberlo.

Tom abrió la puerta del sótano y se guardó la llave para que no se quedaran encerrados. Hizo que las dos velas flotaran ligeramente hacia delante, para que no se cayeran por las escaleras. Los escalones eran excesivamente estrechos. No era de extrañar que Harry hubiera tropezado con tanta facilidad.

Harry se agarró a su mano, siguiéndole con cuidado, y descendieron.

El sótano era de techo bajo y húmedo. Las paredes eran de piedra desconchada. Las sombras eran largas. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo. La señora Cole nunca permitía que nadie bajara aquí. Ni siquiera la cocinera.

Sus dos velas apenas bastaban para iluminar una semiesfera. Grandes herramientas colgaban junto a estanterías llenas de conservas. Tom recogió con interés una bayoneta que había en uno de los estantes. La hoja estaba desenvainada y, sorprendentemente, el metal no estaba oxidado.

—Debió de ser del señor Cole durante la Gran Guerra —dijo Tom, pasando un dedo por la hoja.

—Deja de tocarla, Tom —reprendió Harry.

Holly & YewDonde viven las historias. Descúbrelo ahora