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Todo lo que está por venir son las cosas que han pasado / Como tomarse de la mano, como romper un cristal.

Todo lo que está por venir son las cosas que han pasado / Como tomarse de la mano, como romper un cristal

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La vidriera de su iglesia había sido un caleidoscopio de luz. Todos los domingos (cuando Tom no intentaba hacerlo reír durante el sermón), Harry se había sentido atraído hacia ella, contemplando con total cautivación la imagen en mosaico, las palabras del reverendo reducidas a un zumbido reverberante.

Aún recordaba el día en que la ventana se había roto. Un árbol se desplomó durante una feroz tormenta de octubre y atravesó la intrincada cristalería. Aunque la ventana ya no estaba, había dejado su huella en los recuerdos de Harry para siempre, un fragmento resplandeciente que brillaba como una puesta de sol apagada.

Dios obra a través de vasos rotos, había dicho el reverendo Smith, barriendo después los fragmentos de arco iris destrozados.

Harry no había entendido lo que significaba vasos rotos en aquel momento, así que su mente lo había interpretado como una especie de herida. Dios actúa a través de los vasos sanguíneos rotos, a través de los moratones, a través de los magullados.

A veces, Harry pensaba en el repertorio de heridas que había acumulado a lo largo de la década de su vida: borrando y reescribiendo, con la piel perfectamente intacta, el dolor, retorciéndose como sombras bajo su epidermis: la bestia oscura y aullante a la que Harry llamaba a filas. Las reverberaciones de cada corte, cada magulladura, cada rasguño palpitaban a veces. No era un verdadero dolor, sino el fantasma de soportarlo. ¿Quedaría un centímetro de él sin cubrir?

Tal vez aquí, en el lugar donde Tom siempre le besaba la frente.

La luz del lago a esa hora era verde amarillento y se filtraba por la ventana circular de su dormitorio. A ciertas horas del día, parecía una pálida imitación de una vidriera, pero nunca se formaba una imagen más allá de la monocromática oscuridad del lago.

Harry nunca había sabido qué pensar de Dios. Sabía que Tom no creía. Harry no sentía la misma reverencia por Dios que la señora Cole o el reverendo Smith, pero no sabía si podía descartarlo como Tom. Seguía rezando todas las noches, aunque le daba demasiada vergüenza arrodillarse y juntar las manos cuando Tom lo miraba.

Se había convertido en un hábito: la señora Cole le había encomendado la tarea de guiar a los pequeños en la oración nocturna en Wool. Harry lo mantuvo simple. Pensaba en lo que agradecía, que por lo general era Tom junto con algo pequeño que lo había hecho feliz: chocolates de la señora Roberts, poder visitar a Medusa, una palabra amable de un maestro, un libro nuevo del doctor Lewis, ganar un partido de cricket, avena y miel en el desayuno, una flor floreciendo, la adopción de un niño en una buena familia. Y luego recitaba las palabras en voz alta para que todos los huérfanos más pequeños las aprendieran y todos juntos decían amén.

A veces, pensaba en la Magia como en un dios. Cuando Harry se había quedado con los Dursley, la Magia había sido un demonio terrible y exigente, que lo marcaba como una maldición. Pero ahora, su Magia se había convertido en un don. Una bendición. Su fuerza.

Holly & YewDonde viven las historias. Descúbrelo ahora